Por Emilio Iosa. Pienso que uno de los principales desafíos de la política actual en todo el mundo, resulta en develar el significado del llamado pragmatismo político. Otro, no menor, es descifrar el concepto de grandeza política. Y esto es porque ambas cualidades, por así decirlo, son las que, interpretadas de uno u otro modo, tienen el poder de perdernos más aún en el laberinto de las no soluciones y de los no cambios o de conducirnos al camino amplio y dotado de nuevos horizontes de la transformación real de la realidad, mediante la práctica del pragmatismo y de la grandeza política, entendidos de otro modo.

¿Ejemplo concreto a nivel local? Las negociaciones interpartidarias relacionadas a la próxima elección por la Defensoría del Pueblo en Villa Carlos Paz, (o de cualquier otro municipio en Argentina) vuelven a poner a la política a prueba, en la medida que el pragmatismo y la grandeza son entendidos de dos maneras diferentes.

Por un lado, dirigentes y partidos tradicionales las aplican como cualidades ligadas a formas conservadoras de pensamiento y construcción, que han sido efectivas durante el siglo XX para perpetuarse en el poder y ocupar cargos en el estado, pero que claramente han fracasado a la hora de transformarlo.

Por el contrario, el impulso creciente de fuerzas políticas nacientes, acompañadas por el surgimiento de nuevas conciencias ciudadanas, entendemos el pragmatismo y la grandeza, como cualidades puestas al servicio de una transformación del actuar político, de sus propias sombras y de sus caprichos, con el objetivo de estar a la altura de las necesidades y desafíos del siglo XXI.

Viejos pragmatismo y viejas grandezas: En el menú de más de lo mismo, está el pragmatismo cuantitativo, que apela a la calculadora electoral para amontonar fuerzas de direcciones incluso contrapuestas, con la expectativa de derribar al poder de turno y ocupar la banca tibia del espacio derribado. Su “grandeza” consiste en olvidar recientes y mutuos agravios, para mostrarse “unidos” por la necesidad “superadora” de hacerse con el poder.

Por el contrario, la política despierta y consciente que necesita el siglo XXI, entiende el pragmatismo de una forma cualitativa, que apela transformar, primero la forma de pensar/actuar la política y luego, las instituciones que de esa transformación surjan. ¿La nueva grandeza? Entender que, como decía con lucidez meridiana el científico Albert Einstein, no podemos esperar resultados diferentes si hacemos siempre lo mismo.
Por ello nuestro pragmatismo está dedicado a transformar la política para transformar sus resultados. Nuestra grandeza está en animarnos a intentarlo, incluso en soledad. Y nuestra alianza, es con el pueblo, porque estamos convencidos que se puede despertar.