Por Juan Manuel Lucero. Enero en Argentina, luego de una crisis económica profundizada por la pandemia del COVID19, convierte a enero en un mes atípico. Ya no es el mes en el que muchos podían disfrutar de un receso de sus trabajos, de la escuela y la universidad, donde el ritmo bajaba dándole espacio al esparcimiento y la distracción. Más de la mitad de los argentinos se encuentra hoy en situación de pobreza, las frías estadísticas tienen un rostro humano, conocidos, amigos y familiares han perdido sus puestos de trabajo, los trabajadores informales siguen siendo la población más vulnerada, y la mayoría de los trabajadores no registrados son mujeres cabeza de familia.

Una pandemia que desafía el sistema sanitario, económico, social, cultural y educativo. Y sin lugar a duda la política debe proporcionar todas esas respuestas, siempre desde un profundo compromiso, el COVID 19 nos invita también a la reflexión, a pensar que los recursos no son infinitos, y que esta vulnerabilidad que sentimos durante el año que finalizo, debe transformarse en respuestas, planificación y políticas públicas.

El Covid19 fue minimizado, se dijo incluso que no llegaría a esta región, la realidad no fue tomada en cuenta para esas proyecciones y en marzo comenzaba el aislamiento social preventivo y obligatorio. Argentina, como muchos países de la región había dejado pasar varios meses, sin prepararse para enfrentar un poco más fuerte y organizada una pandemia que afectaba gravemente incluso a los países más desarrollados del hemisferio norte.

El manejo de la pandemia es un reto que debemos afrontar sin miedo, y la política fue justamente en sentido contrario, en vez de realizar la mayor campaña de concientización de la historia, se recurrió al miedo a la enfermedad y la muerte, al miedo de las detenciones y las multas. Sin dudas, los resultados de esta estrategia fueron los que se ven estos días. No podemos vivir con miedo, si podemos hacerlo con responsabilidad, información y cuidados.

En los últimos días una parte de la política atacó de lleno a los jóvenes, responsabilizándolos de los rebrotes de la pandemia. La comunicación es una herramienta con la que debemos trabajar, y los mensajes deben ser claros y llevar tranquilidad y confianza a la población.

Como jóvenes estamos comprometidos con la política sanitaria incentivando las medidas de bioseguridad, apoyamos plenamente la campaña de vacunación como una de las medidas que sin dudas salvara millones de vida. Falló la comunicación, y lo más preocupante es que falló la política en la finalidad de poder encausar la incertidumbre social ante una pandemia de las que no tenemos antecedentes cercanos.

No negamos que muchas de las fiestas clandestinas han sido organizadas, convocadas y protagonizadas por jóvenes de nuestras ciudades y pueblos. Lo que si reclamamos es que, al momento de focalizar las responsabilidades, solo la población joven es señalada como responsable.

La función de la política también es que su ejemplo sea inspirador. La culpa de los rebrotes es de los jóvenes, no de la organización de actos multitudinarios para las visitas presidenciales sin el respeto de las medidas de bioseguridad, tampoco lo fueron las fotos institucionales sin distancia social y sin tapaboca después de reuniones con sindicalistas. La culpa solo la tienen los jóvenes.

Pero analicemos a que sector de la población ataca cierta política. Los jóvenes componemos todos los índices que desean ocultar. Los índices de deserción estudiantil (en todos los niveles de la educación formal), los de no acceso a las universidades, los de desempleo, los de empleo informal, los de déficit de viviendas, los que migramos en busca de otras oportunidades aún en pandemia. Es también la juventud que lucha por la igualdad de género, la que se pone al hombro el cuidado del medio ambiente, la que se comprometen con un uso racional de los recursos naturales, la que aspira a una sociedad que incluya y no expulse.

Los dirigentes nacionales, en plena pandemia no renunciaron a sus privilegios y actuaron de manera corporativa. No tomaron medidas de austeridad, no redujeron sus dietas y salarios, a diferencia de muchos jóvenes que perdieron sus empleos o vieron reducidos sus ingresos. Pero, ¿eso nos sorprende? No, Es la misma que no le quita fueros a los corruptos, tampoco se los quita a los que se encuentran en procesos judiciales por abusos sexuales y la lista de privilegios continúan.

Las generalizaciones ante una población que no es tenida en cuenta al momento de la elaboración y seguimiento de las políticas públicas, no es solo ofensivo, es hipócrita y habla de una irresponsabilidad absoluta de los que hoy tienen las responsabilidades para conducir los destinos de nuestro país, para eso fueron elegidos, incluso por los jóvenes.

Es por eso que, en enero, después de más de un año del comienzo de la pandemia, a casi un año de la llegada del COVID19 a nuestro país, creemos que si hay planificación, muchas de las actividades que hoy están restringidas se pueden habilitar, mediante la implementación de protocolos. Y nuestro máximo desafío es encontrar una forma de que aquellos que no estuvieron incluidos en el sistema de educación, con las distintas modalidades que se desarrollaron durante las instancias de aislamiento y distanciamiento social puedan insertarse nuevamente.

Lo consideramos pertinente, ubicado y objetivo, el momento en el que la política sea planificada es ahora. Muchos estudiantes no pudieron acceder a la educación desde casa, a pesar de los esfuerzos de los educadores y de los propios alumnos de tratar de adaptarse a la “nueva normalidad” que se caracterizó por la falta de acceso a los recursos de conectividad de alumnos y docentes. Esa deuda que aún tenemos, y que es la brecha digital, debe ser remediada con alguna modalidad de clases presenciales, garantizando de manera efectiva el acceso al derecho a la educación con protocolos adecuados. Ahora, ¿están preparadas las escuelas para volver a clases?, seguramente no porque tras casi un año sin clases, las edificaciones no estuvieron mantenidas.

En los últimos 30 años la política argentina se ha caracterizado por no tener políticas publicas troncales y planificadas que se sostengan en el tiempo. El cortoplacismo es la regla, con lo que trae aparejado que son la inseguridad y la incertidumbre.

La política hoy culpa a alguien de los problemas que no le puede solucionar a la juventud, como en otras oportunidades serán otros actores. Los dirigentes políticos no constituyen un ejemplo, tampoco una inspiración. La juventud no es el chivo expiatorio de la mala política.