Hands of the woman on a steel lattice close up

María Eugenia espera hace más de 2 años el juicio contra Oscar Racco, quien la privó de su libertad, la golpeó y violentó durante 23 años.

La pareja por ese entonces se conoció en 1995, cuando ella tenía 19 años y un hijo y el hombre tenía 35: “Creo que en un momento uno se confunde los celos con el cariño. Yo trabajaba en un jardín maternal en esa época, era jovencita. Nunca había salido con una persona tan grande, lo veía como muy caballero, yo pensaba que era atento. No te tomes el colectivo, te paso a buscar, te llevo, te traigo. Empezó con los episodios de celos”, relata.

Ella quería terminar la relación, pero él no la dejaba en paz y controlaba sus horarios, los de su familia y amigos. Luego de varias discusiones, Racco empezó a golpearla. Incluso terminaron en una comisaría en 1996 pero en vez de encerrar al violento, lo hicieron con ambos.

Él la obligó a levantar la denuncia pero al ver que esto no sucedió: “me recontra golpeó y me rapó. Me prendió fuego la ropa, me obligó a vestirme con ropa de él, para que, si me buscaban, no me reconocieran. Todos los días me golpeaba, estaba encerrada en una pieza, empapeló todas las ventanas. Yo tenía miedo hasta de asomarme. Un día había visto un papel roto, trajo una cadena, me empezó a encadenar de un pie a la pata de la cama. Así estuve prácticamente un año con un pijama, porque no salía ni a la calle”. Pensó que se estaba volviendo loca. “Llegué a pesar 54 kilos, soy una persona de contextura grandota. Me fue muy difícil todo esto. En un momento te acostumbrás a hacer lo que los otros quieren, para que no te peguen”, sigue el crudo relato de quien además sufrió la pérdida de dos embarazos producto de los golpes recibidos.

Tanto la madre como el padre de Racco, hoy fallecidos, fueron cómplices del sometimiento. Los primeros tiempos, cuando María Eugenia estaba atada a la cama, tenía que golpear el piso cuando quería ir al baño, y era la madre del agresor quien la llevaba.

Una vez por 1997 o 1998 logró escapar: “logré tomar un taxi, ir a la casa de una compañera de la secundaria y ahí pude reencontrarme con mi familia. Pude ver a mi hijo. Pero volví con él, por las amenazas, porque él sabía días, horarios, movimientos de uno, de otro, y yo veía que no podía hacer nada, que era la vida que me había tocado”, sigue María Eugenia. Eran más que amenazas: “Él vivía con el arma debajo de la almohada, me ponía el arma en la cabeza. Yo vivía siempre temblando”, rememora.

Racco la sometía física y psicológicamente e incluso retenía su DNI en su poder, pero el 8 de mayo de 2019 María Eugenia vio una nueva oportunidad: él la mandó a guardar los DNI en una carpeta, ella escondió el propio debajo de la plantilla de su zapatilla, con terror de que él advirtiera la falta. Él se descompuso y prendió la ducha. En ese momento ella tomó su DNI, 640 pesos y dos fotos de su hijo, al que no había podido ver más que una vez en todos esos años. Corrió desesperada durante varias cuadras, con miedo a que los vecinos la delataran.

“Me agaché atrás de un volquete y con la cabeza asomada, paré un taxi. No tenía ni noción de lo que podía salir. Fui hasta Pellegrini e Italia, entré descompuesta. Mi sensación era que iba a entrar un taxista que lo conociera y le iba a avisar. Tenía un teléfono que él me dejaba sin crédito, para llamarme. En el surtidor, con la plata que me quedaba, con una guía de teléfono, empecé a buscar conocidos, gente del barrio, de la escuela de mi mamá, a ver a quién podía llamar para que me pudiera socorrer”, relata. Llamó a la escuela donde su mamá había sido maestra, pero ya estaba jubilada, a vecinas de su familia. Ahí supo que su mamá y su hermana ya no vivían en Rosario.

Logró contactarse con su hermana quien le brindo ayuda con una condición: sobreponerse al miedo y denunciar a su agresor.

Hoy, su mayor miedo es que Racco cumpla todas las amenazas que le hizo a lo largo de 23 años y ruega que no salga pronto de prisión, algo que suele ser costumbre en el país. “Hace dos años y pico que estoy esperando el juicio, espero que la condena sean los 18 años que me prometieron”, implora. “Tendría menos miedo si él permaneciera preso. Los 23 años no me los paga nadie. Por el daño que nos hizo como familia, mi hijo creció y no pude estar con él. Se murió mi papá y no llegué a abrazarlo. Son dolores que no te paga nadie. El último abrazo con mi viejo no me los devuelve nadie”, expresa. Explica cuál es su principal expectativa con el juicio que inicia mañana a las 14 hs: “Necesito que la verdad se sepa, que se termine todo esto de una vez por todas y que se haga justicia”.

Línea 144 – Atención a víctimas de violencia de género. Gratuita, anónima, nacional y disponible las 24 horas del día, los 365 días del año.

Fuente: Página 12