Por Sergio Chalub. La larga fila de adultos mayores alcanza unos 200 metros hasta llegar al ingreso del Centro de Convenciones de la ciudad de Córdoba, en donde se vacuna contra la pesadilla.

 

 

Ancianos bajo la lluvia, en sillas de ruedas, con andadores, algunos pocos previsores sentados en banquitos de plástico que trajeron desde sus casas, respetan el lugar y la distancia que los separa de la salvación y los aferra a la esperanza.

La lucha por la vida discurre a cada lado. Una anciana enjuta, encorvada, pero muy activa se queja porque el taxi hasta aquí le cuesta 1.500 pesos de ida y otro tanto de vuelta. Pero no queda otra, se consuela.

Un señor sentado en una banqueta le cuenta desde abajo a otro que lo mira desde arriba que aportó 43 años y cobra una jubilación de hambre. Recuerda cuando se anunció que el impuesto del IVA iba a ser por unos meses. “Por unos meses, pero nunca aclararon cuántos”, dice irónicamente.

Para buscar y llevar hasta el predio a las personas que no pueden permanecer en pie ni tienen una silla para movilizarse, hay solamente dos sillas de ruedas que conducen voluntarios del Ejército. Los parientes de los adultos deben hacer una suerte de fila aparte para recibir y guiar a los soldados hasta el vehículo en donde se encuentra la persona que necesita ser trasladada.

El agua se acumula en el suelo y algunos necesitan hacer un esfuerzo más para llegar al vacunatorio, y como un niño que no se atreve a dar un salto, deben animarse y confiar en la ayuda de los otros; hay un momento en la vida en que un saltito se convierte en un motivo de alegría. No es para menos, el pinchazo para ponerse a seguro de la pandemia está cada vez más cerca.

La nieta abraza a la abuela, el hijo felicita al padre. Una señora mayor toma su teléfono, toquetea la pantalla sin prisa, después apunta con la cámara hacia ella y toma una selfie. La mayoría de quienes salen del gran salón vacunatorio no manifiesta más que una mirada serena, autocontrolada; parecen reflexionar después de tanto camino recorrido, tanto destrato hacia la ancianidad, tanta esperanza en un país.

“La ´estraseneca´ me dieron”, confirma el hombre que porta su certificado de vacunación como el que egresa de una carrera universitaria y levanta el trofeo enrollado del título. “Privilegiados, el pueblo no los necesita”, sentencia una anciana que lo acompaña.