“Esta era mi meta final y la he cumplido”, dice Jorge Antonio Díaz Solís mientras levanta orgulloso el título de médico otorgado por la Universidad Nacional de Córdoba.

Le llevó 40 años cumplir su sueño, que ahora ve plasmado en un diploma que trasciende con creces las pocas palabras que lo habilitan para ejercer la medicina, sino que son la máxima expresión del esfuerzo y la constancia.

Para él, la vida nunca fue fácil. Llegó a la Argentina procedente de Panamá hace más de 50 años con una delegación diplomática y al poco tiempo quedó sin trabajo, por lo que tuvo que rebuscársela para sobrevivir.

Comenzó a trabajar en un cortadero de ladrillos. Durante 12 años se despertaba al amanecer para caminar cuatro horas para ir y volver al Hospital de Clínicas, donde realizaba las prácticas profesionales.

Allí, un profesor que lo vio durmiendo en el suelo del edificio lo contactó con el Ministerio de Desarrollo Social, momento en el que fue alojado en una de las casas del programa Viviendas Tuteladas y pudo culminar sus estudios acompañado por un equipo interdisciplinario.

Las Viviendas Tuteladas son casas ubicadas en barrio Ejército Argentino y Panamericano, donde son alojadas personas mayores que decidieron vivir solas y no cuentan con el acceso a la vivienda propia.

Son casos en los que las familias no están en condiciones, por distintos motivos, de alojarse en sus casas y necesitan de la asistencia del Estado.

Panameño de origen y cordobés por adopción, nunca dejó de estudiar desde que llegó a la Argentina. “A los estudiantes de hoy les diría que sean honestos con sus propios deseos, que pidan ayuda y nunca traicionen a sus familias”, reflexionó el flamante médico.

“Viví 12 años en un cortadero de ladrillos e iba rindiendo a medida que podía, caminaba dos kilómetros y medio ida, y lo mismo a la vuelta para poder cursar”, agrega Jorge Antonio, quien sostiene que “nada se logra sin esfuerzo”.