Matías Litvak de 32 años, hace cinco que empezó a ayudar enfermos con la planta en Mamá Cultiva. Actualmente, dirige el cultivo de la Universidad Bar-Ilan, de la ciudad de Ramat Gan, en Israel.

Señala que se siente orgulloso de representar a los “growers” (cultivadores) argentinos en el mundo, de quienes aprendió desde adolescente a través del boca en boca, libros que llegaban de “afuera”, la revista THC y los foros de Internet.

Comenzó a cultivar marihuana a los 16 años, para hacer aceites y aliviar dolores del padre de un amigo con cáncer, corriendo el riesgo de ser procesado, acusado y condenado por tenencia de plantas y semillas de cannabis. Sus padres y vecinos lo acusaban de ser narcotraficante, aunque él declara “no haberle vendido nunca a nadie”.

Esa primer experiencia lo llevó a Litvak a sentir que con sus conocimientos podía ayudar a mucha gente. Empezó a asesorarse y fue aprendiendo técnicas de genética para mejorar los productos con fines medicinales.

Viajó a Israel, donde la marihuana para uso medicinal es legal desde 1999 y empezó a trabajar en la Universidad Bar-Ilan: “Empecé con 250 genéticas, relevo data, pruebo en diferentes condiciones y las cruzo: combino calidad de genéticas con resistencias”, explica.

Abrió una cuenta de Instagram donde comparte sus conocimientos y manifiesta: “El secreto del cannabis es que no hay secretos, compartir información es una satisfacción hermosa”.

Para Litvak, Argentina tiene mucho potencial en la incipiente industria del cannabis, y no solo para el uso medicinal, sino comercial. Se entusiasma con la regulación de la industria en Argentina: “Quiero volver y ser parte de esa revolución”.

Según su visión: “La industria del cáñamo puede ser muchísimo más grande que la medicinal. Es cambiar soja por cáñamo. Vale cuatro veces más la tonelada. Es sustentable, no te arruina el suelo. Y tenemos todo dado para poder desarrollarlo con la industria del campo que tenemos”.