Lo mejor de nuestra piel

Por Luis María Amaya. …”es que no nos deja huir”, reza el final de una de las estrofas de ‘Espejismo’, en Lobo suelto, cordero atado, esa pieza de aguafuertes de los ’90 que Solari y compañía nos supieron legar para ponerle palabras a esos años en los que ni morir tenía sentido. Cada vez que vuelvo sobre esa frase, lo confirmo, como Nietzsche decía de sí mismo a modo de pregunta, el Indio es el primero -y el más sagaz- de nuestros psicólogos: “Lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir”.

Son 44 años de aquel día como hoy. Son 30.000. Porque algunos umbrales no se negocian. No es el número, es el atroz impacto simbólico del trauma. Es la espesura de la tragedia que no cesa de no escribirse. Es un tiempo que aún huele a azufre. Es el resplandor en la línea de montaje, -José Luis Juresa dixit-. Es hoy.

No nos convoca aquí el lamento, la oda melancólica, o la apología del horror. Nos convoca un esfuerzo de comprensión de la historia reciente orientado a pensar nuestro presente. Y, en ese sentido, nos convoca una pregunta, al menos: ¿Qué de aquello que lo hizo posible ayer late aún hoy entre nosotros?

Hubo un tiempo donde el intento de esgrimir la llamada Teoría de los dos Demonios causaba cierto pudor; hubo un tiempo… Sin embargo, asistimos hasta ayer nomás a su intento de restitución de forma explícita. Desde el gobierno que hace meses cesó en sus funciones se cuestionaron la cifra y la legitimidad de los desaparecidos (o sea: de los asesinados por el Terrorismo de Estado) y de los derechos (humanos) violados.

Amparados en el ‘discurso oficial’ vimos resurgir, sin vergüenza, el odio –y el deseo del odio- de buena parte de la sociedad civil en discursos y pancartas. De pronto, o no tan…, el Otro abyecto volvió a estar presente entre nosotros; bajo la forma de Santiago Maldonado y los Mapuches, de bolivianos y paraguayos, de piqueteros y planeros, de los chicos ‘con gorra’, y por supuesto –siempre- de ese maldito ‘hecho maldito’. Demonios por todas partes, nuevos demonios. Demonios a extirpar, a hacer desaparecer.

El coronavirus sólo ha logrado distraernos un momento, “pasará, ya pasará / ese espejismo pasará”; y nosotros retomaremos la senda cotidiana y habitual de nuestras vidas… “(con) la potencialidad de ser hablados y actuados por el odio, de habilitar formas de violencia específicas que logran redirigir nuestras frustraciones hacia determinadas fracciones sociales que son construidas como responsables de lo que nos pasa, generando su persecución, su hostigamiento, maltrato, discriminación, todo ello ejercido de forma directa o través de las fuerzas de seguridad, y/o descargando sobre ellos el odio que proviene, por lo general, de las consecuencias que produce en nuestras vidas un sistema opresor cuyos verdaderos responsables (los mismos de ‘ayer’) resultan cada vez más invisibles e inasibles” –ahora Daniel Feierstein dixit-. Y el huevo de la serpiente seguirá allí.

No se trata de una oda, se trata de la pregunta por lo que hemos hecho con aquella tragedia que asumió la forma del genocidio. Se trata de lo que aún no hemos resuelto, de lo que aún no hemos comprendido.

Lo que hagamos con eso nos interpelará de cuerpo entero.

Como siempre, el Indio, haciendo de parreshiasta, tenía razón: “no habrá a dónde huir”.