“Joker” y la estupidez de rechazar al espejo: ¿qué podrá salvarnos?

Por Sol Castro. Mucho ya se dijo de Joker (Guasón) filme de Todd Phillips, que según gran parte de la prensa especializada, se trata de una de las mejores películas del 2019, principalmente por la interpretación magnánima que el talentosísimo Joaquin Phoenix hace de Arthur Fleck, el conocido enfermo mental de ciudad Gótica, eterno rival de Batman. Incluso ya ganó el León de Oro, el principal galardón del Festival Internacional de Cine de Venecia, donde Lucrecia Martel fue la presidenta.

¿Qué me pasó tras ver Joker? Sin dudas el Guasón que Phoenix construyó es el más complejo de todos los logrados en el séptimo arte, incluso superó al de Heath Ledger. Es casi indiscutible que se trata del personaje cinematográfico del año. Sin embargo, a nivel personal, vi destellar a este actor interpretando a un hombre solitario, introvertido, taciturno, que se enamora del sistema operativo de una computadora en Her (2013), dirigida por Spike Jonze. Una historia de amor en un futuro cercano algo distópico. Allí, su interpretación fue tan descollante, y en mi opinión hasta más profunda que su papel del Guasón. Por eso quizás ver a Phoenix tan brillante, no me sorprendió demasiado.

Joker, la película en su conjunto, es apabullante, dolorosa, causa una gran conmoción y nos interpela de principio a final porque nos habla de la violencia humana, de los actos violentos diarios a los que somos capaces de someter a las personas y a nosotros mismos, ignorando a los más débiles, tratándolos con la mayor desidia posible, sin entender que ese acto maligno, de forma persistente, se vuelve contra nosotros. Va directamente hacia nosotros.

El Guasón tenía las mejores intenciones, quería cumplir sus sueños, tener una vida digna, ser feliz y lo intentaba a su modo, pero todo, absolutamente todo son cachetadas y desaires y más violencia. La ira se apodera de él cuando se percata que desde la cuna, su vida es una gran mentira que otros construyeron, no tuvo elección. Nadie cree y confía en él. Lo someten al bullying más cruel, son negligentes con él, se abusan de su enfermedad mental, hasta su propia madre por más víctima que ella misma haya sido. Violencia sistémica y circular. Nadie lo trata considerando su condición. La película podría ser un ensayo sobre la locura, la violencia y el desamor. Los locos dicen aquello que nadie quiere escuchar. Por eso mejor silenciarlos, apartarlos, o ignorarlos.

¿Hay una apoteosis de la locura en el filme que se busca trasladar a los espectadores?, ¿hay una apología de la ultraviolencia? Para nada, hay sólo una narración cinematográfica que nos espeja como sociedad, donde un personaje encuentra su elixir, la única felicidad que logra en su miserable vida: ser reconocido en la violencia, por muchos otros. Esos otros oprimidos que se ven representados en sus ”actos de justicia”, actos que ni siquiera él mismo realizó con un fin maquiavélico. Joker solo mata porque las personas son extremadamente desagradables y violentas y porque no está controlado, a él lo despojaron abruptamente del sistema, no tuvo elecciones.

Como ríe sin parar, mata, ya sin tener autocontrol.

La película bien podría llamarse ¿Cómo construir un monstruo? Durante la primera hora del filme no dejé de pensar en el joven más violento que tuviera el cine, Alex DeLarge (interpretado por Malcolm McDowell) protagonista de la Naranja Mecánica, filme de Stanley Kubrick, un antes y un después para mí.

Joker me hacía acordar a aquel Alex que amaba a Beethoven, que era fanático del sexo, las drogas y cometía las peores atrocidades. Salvando las distancias, Joker es un Alex de estos tiempos, menos sofisticado, mucho más humano, con mejores intenciones, más vapuleado por cualquiera, más iluso, aunque los dos terminan con la ira hacia otros dominando sus mentes.  Y ambos son producto de las maldades que somos capaces de hacer a nuestros semejantes. El hombre es definitivamente el lobo del hombre.

Considero también que es una estupidez pensar que esta obra tiene la intención de incitar a la violencia, cuando sometemos a nuestros propios hijos e hijas a semejantes actos de virulencia extrema todos los días.

¿Qué son acaso las personas, ancianas, adultos, los niños y niñas que encontramos durmiendo en la calle, desprotegidos y abandonados? Acá no más, cuando nos damos una vueltita por Córdoba ciudad o cualquier otra ciudad importante de la Argentina y del mundo. ¿Qué significan que se asesine a una mujer cada 32 horas y lo veamos tranquilitos por TV o la Web como si fuésemos meros espectadores?, ¿qué son o significan los actos de acoso escolar, en el trabajo, los actos de corrupción, los robos y tantas otras calamidades que cometemos los seres humanos?

Son cadenas de puro desamor, desidia, falta de empatía, individualismo, severidad, oscuridad. Pero fundamentalmente, insisto, una gran falta de amor hacia el otro, e inevitablemente hacia nosotros mismos.

Joker no plantea nada que no se haya dicho otras veces, incluso en el cine, hasta del mismo modo. Aparecen una vez más las masas enardecidas con las caretas del débil devenido en héroe,  enalteciendo a un pobre hombre al que le hemos quitado el alma, transformándolo de ese modo en ejemplo a seguir. Sólo porque él se animó en un acto de locura, a hacer lo que nosotros no haríamos, porque recibimos más amor y contención en la vida y estamos sanos: matar a los que nos hacen daño, enfrentarnos al poder y a la maldad, tratando inútilmente, de vencer esa oscuridad.

A partir de esta ficción que pasará a ser una de las joyas del cine de todos los tiempos, mi convicción se fortalece aún más. Si queremos espejarnos en la realidad y en la ficción de una manera menos cruenta, debemos hacer algo por ser mejores, así, tan sencillo. No ignorar al que sufre, ser más justos y considerar a cada uno, según su condición. En definitiva, por más naif que pueda sonarles, sólo el amor podrá salvarnos.