Para algunos es el Vasco, para otros el Ñato y otros le dicen Chueco. Él es Gerardo Arbeloa (68), uno de los últimos relojeros y joyeros de Carlos Paz.

Todos los días abre su negocio en la galería Sarmiento y recibe los pedidos de reparaciones, cambio de pilas y vuelve a darle cuerda a viejos relojes que -casi siempre- son una reliquia familiar, un recuerdo de alguien que no está y que vuelve un poco a la vida en cada tic-tac.
Gerardo heredó el negocio y el oficio de su padre, Alfonso, que inauguró la Joyería y Relojería Arbeloa-Rizzo hace 76 años.

“Esto viene de familia, mi papá abrió en 1943 el que fue uno de los primeros negocios de Carlos Paz: Joyería y Relojería Arbeloa-Rizzo, se llamaba”, cuenta y recuerda que estaba en el predio del Cine Yolanda, donde hoy está la Galería Strada.

Firme en el local. Gerardo vende relojes y regalos de todo tipo.

Aprendizaje

“A los 12 años cuando estaba en el Colegio Industrial empecé a romper relojes. Con el asesoramiento y enseñanzas de mi padre fui aprendiendo”, cuenta y agrega:”Él había estudiado en Buenos Aires, en la Escuela Suiza de Relojería. Era chofer y mientras trabajaba, estudiaba”.

Gerardo dice que no puede decirse que sea el único relojero de la villa, quizás sí el que tiene más trayectoria.

“Es un oficio que se va perdiendo. No está bien pagado. Hago reparaciones de relojes a cuerda y me traen de todos lados. La gente aprovecha las vacaciones, me conoce, y los trae para que los repare”, comenta y con algo de orgullo, dice que su hijo, Lucas, sigue sus pasos en el local.