Las estaciones de ómnibus siempre tuvieron un especial atractivo para mí. Ese ir y venir cotidiano de historias de vida que parten y vuelven o vienen por primera vez o se van para siempre. La Terminal de Carlos Paz tiene algo que la hace especial y que es –sobre todo en temporada- ese aire casi festivo que se respira entre los que vienen de visita por unos días en busca de un buen descanso y recreación.

Hace unos días tuve que quedarme un buen rato a esperar a un amigo que venía de un largo viaje. Y ahí estuve. Me detuve a mirar, a encontrar nuevos matices en los rincones,  posibles historias en cada “pasajero en trance”. Canturrié una vez más ese tema de Charly. “Un amor real es como dormir y estar despierto, un amor real es como vivir en aeropuertos”.

Primero vi el alboroto de palomas grises, blancas y manchadas. Su pelea por el pan de cada día estaba en plena ejecución. Después las vi a ellas. Olga y Zulema se llaman. Caminan todos los días desde el hogar en el que viven para celebrar la misma ceremonia. “Al pan me lo dan y venimos todos los días desde hace dos años”, me cuenta Olga con una sonrisa despierta y yo tengo ganas de abrazarla.

Zulema es la más callada pero me advierte que hable fuerte y claro. Y eso hago. Entre las dos charlan y debaten sobre las palomas y su manera de saciarse que parece algo imposible. “Mirá, a aquella le falta una patita”, dice Zulema señalando a una que salta entre las otras en busca de algunas migas.

Olga y Zulema disfrutan la tarde sin tiempo, viven el momento con sonrisas plenas y la gratitud de dos niñas ante un regalo inesperado.

A unos metros, una niña de unos cuatro años las imita mientras su padre graba para siempre las imágenes en el teléfono.

Yo hago lo mismo que ese padre con Zulema y con Olga mientras ellas siguen en su ejercicio diario, como en una oración de la tarde, casi sin percatarse de mis clicks.

Mi amigo aparece en un tercer plano y salto del banco para ir a su encuentro. Lo abrazo sin decirle nada de lo que me pasó hace instantes. Me doy vuelta y las mujeres ya no están. Y es como que la Terminal vuelve a su ritmo de idas y vueltas, de despedidas y bienvenidas, de retornos y partidas.