Siempre criticamos, somos hipócritas siempre. Somos argentinos siempre. Solamente en las derrotas reconocemos que estamos mal, que no era el camino, pero nunca le damos importancia porque nadie nos puede ganar y ese no es un problema del momento.

Nos olvidamos de todo tan fácil y echamos la culpa mucho más rápido de la cuenta. Que la AFA, que el técnico, que los jugadores, que los periodistas, que nos falta un proyecto, que el final estaba anunciado. Lo teníamos callado, pero no lo decíamos.

Todo esto nos hizo volver a los tiempos de la AFA con el bochornoso 38 a 38 y sus acuerdos políticos, que dieron sorpresivamente a “Chiqui” Tapia como presidente y todos los dirigentes callados no volvieron a hacer elecciones.

De eso nos olvidamos rápido. Tres técnicos e tres años para llegar a Rusia: el “Tata” Martino que perdió dos finales, no sirve que venga otro. Vino otro, Bauza tampoco porque es defensivo. Vino otro, Sampaoli es bueno porque ganó una Copa América con Chile, traigamos a ése y en ese momento el ¿presidente de AFA? Angelici decía que era el “mejor del mundo”. Ahora todos esos dirigentes están tratando de negociar la salida de “Sampa” porque el proyecto no prosperó.

Que Messi es el mayor culpable, porque no es el mismo de Barcelona. El francés Pogbá dijo después del partido que ese 10 de Argentina le hace amar al fútbol, que lo sigue hace quince años y aprende mucho de él. Pero nosotros no, queremos que haga todo solo porque “si es el mejor lo tiene que hacer solo” y ahora, fuera del Mundial, valoramos el significado de jugar en equipo.

Entonces entramos en una paradoja tan grande, que Messi no puede solo pero que se vaya porque no sirve, porque no la toca ¿Los técnicos realmente se preocuparon para que Messi juegue solo? Nunca pudimos aprovechar jugar con el ancho de espada. Tenemos el mejor del mundo según todos las demás selecciones que nos ven, por eso aumentan la marca personal. Lo elogian todos los rivales, pero no es profeta en nuestra tierra. En vez de ayudarlo, lo aislamos porque es el mejor y nos va a salvar. No nos representa en la derrota, pero el de Nigeria sí. Es depende la situación. No admitimos que nos gusta la heroica, de que sea uno solo nuestro salvador. Porque desde chiquito nos criamos con eso.

¿Quién nos representa? ¿Maradona? Tampoco. “Como deportista sí, como persona no”. Todo el mundo lo valora, ex futbolistas y actuales, como una de las mayores personalidades del mundo futbolístico. Algo parecido con Messi, sin entrar en comparaciones. Acá todos se ríen de su peor imagen. Una persona con problemas es motivo de bromas y memes, hasta un audio se viralizó contando que había muerto. Contra Francia no apareció tanto y no vendió, entonces no nos sirve para reírnos de “Pelusa”. En estos días hacía unos treinta y pico de años ganaba la Copa del Mundo en el 86 y ese día eran todos halagos y orgullo para el Diego. ¿En qué quedamos? Nunca cuidamos a nuestros ídolos populares y le sacamos la mano rápido.

Criticamos, como siempre, seguimos buscando ese argentino ideal que nos represente, hacemos un casting. No nos representan ni Messi ni Maradona ¿Entonces, quién? Seguimos buscando ese alguien que nunca llega. Ese argentino ideal que nos rasguemos el pecho y digamos “sí, ese es de los nuestros”. Que no sea muy muy, ni tan tan.

Este Mundial también sirvió para darnos cuenta que hay periodistas malos. Que Arévalo abrazó a Messi después del partido de Nigeria y le dijo: “te queremos, te amamos”, como si fuera un hincha en los vestuarios. Que, casualmente, en el mismo canal, hicieron un minuto de silencio después de la derrota de Croacia. Ese que también años anteriores decía que Messi caminaba la cancha y en el partido de Croacia, un flaco con barba de tres días decía que se vaya a su casa si no quiere jugar. Siempre los mismos canales y siempre los mismos aniquiladores del “oficio más lindo del mundo”, según el colombiano García Márquez. ¿Casualidad?

También para vislumbrar nuestra actitud camaleónica como hinchas. Que nos pintamos de celeste y blanco para cada partido, faltamos al trabajo o buscamos verlo en el trabajo, corremos para ver el partido, nos juntamos con amigos y la familia, pero nos quitamos esa pintura tan rápido cuando perdemos, más rápido de lo que canta un gallo.

Todos gritamos el gol de Rojo como si fuera en la final. Pero ahora ya está, no nos representan, son unos millonarios soberbios, son cualquier cosa porque no jugamos a nada. Nos acordamos –tarde- de que la AFA está mal, que el técnico le quedó grande el cargo y prefiere al Brujo Manuel que a tener un psicólogo deportivo (algo que Alemania tiene hace 15 años), que los jugadores mostraron la garra y sentir la remera de la Argentina – que tanto se le pedía- pero que se olvidaron del orden y de la solidez e importancia en todas las líneas, de lo futbolístico digamos, improvisando alineaciones en todos los partidos. Que los periodistas son todos malos, porque ahora están en vivo desde la concentración viendo una ventana para ver si aparece Mascherano o si renuncia Sampaoli, o aparece una carta del Kun Agüero. Pero no se apaga la tele, seguimos esperando la famosa llegada en el aeropuerto para ver que dice mengano o zutano y nosotros, quietitos, nos quedamos prendidos al frente de la pantalla. Queremos eso porque nos erotiza ese amarillismo que después analizamos y debatimos con otros hinchas más enojados que nosotros.

De lo peor siempre nos damos cuenta tarde, nos gusta hacerlo. No queremos abrir los ojos hasta que lo peor nos atropella en el medio de la frente. Todos los sabíamos pero bueno había que ganar como sea, porque ganando todo se tapa. Todo era tan obvio pero nunca lo decimos. Porque somos argentinos, somos los mejores.

Este deporte de la “pelotita” claramente nos define culturalmente. Es un termómetro de lo que somos. Nuestras declaraciones nos definen, nuestros memes nos definen, nuestra locura y sin razón también. Siempre y cuando todo vaya bien, todo va a estar bien, porque nos encanta ganar. Nos atribuimos el orgullo de la selección solamente en las victorias y nos exiliamos de ese sentimiento cuando perdemos, no nos sentimos identificados.

Estaba todo cantado, ya lo sabíamos. Fue un final anunciado. Como buenos argentinos ya sabíamos todo, estaba clarísimo. ¿Estaba clarísimo? Y si eso era verdad, ¿Por qué nunca lo dijimos? Nos quedamos callados y hablamos solamente cuando la olla estalla. Nos ilusionamos y nos mentimos a nosotros mismos ¿por eso el dolor en la derrota? Siempre nos damos cuenta tarde, muy tarde. Demasiado tarde.