Luisina Mariel Crespo, oriunda de Canals, provincia de Córdoba, es una joven misionera de 32 años que descubrió su vocación social ayudando a otros, cuando era muy pequeña. Aunque una de sus pasiones es el teatro, por lo cual estudió la carrera y se recibió en la Universidad Nacional de Córdoba, asegura que la vida al servicio de los demás es su verdadero propósito.

Actualmente, desde hace tres años, se encuentra trabajando en Kinshasa, República Democrática del Congo (África), en un hospital orfanato de Kimbondo (Kinshasa, capital del país) llamado “Mama Coco”, lugar que alberga a niños y niñas en condición de extrema vulnerabilidad social.

La joven, quien además es payamédica de la escuela argentina del Dr. José Pellucchi, y profesora de artes folklóricas nativas, tiene dos objetivos concretos que se están gestando en este momento. Por un lado, se encuentra  implementando el dispositivo Payamédicos, que ayuda a mejorar el estado de salud a través del humor, el juego y el amor, en el espacio donde trabaja. Además, Luisina es formadora de payamédicos. Lo cual permitirá que otras personas se preparen para serlo y crezca esta actividad tan necesaria en sitios como el hospital orfanato donde presta sus servicios.

Por otro lado, se encuentra organizando un proyecto social que apunta a que las mujeres jóvenes y adolescentes, que salen de los hogares de acogida, puedan encontrar una guía, contención y conocimientos para estudiar, ganarse la vida trabajando dignamente, y afrontar sus trayectorias personales, con todas las herramientas necesarias para la vida social.

El arte, la salud y la misión

“Siempre me gustó trabajar con el arte en relación a la salud, a la educación, a lo social y pedagógico. Creo que el arte comunitario es capaz de transformar la sociedad”, enfatizó Luisina en entrevista con Carlos Paz Vivo! La distancia que separa la Argentina con República del Congo, no fue un impedimento para conocerla en detalle. Aunque tiene una agenda complicada por su comprometida labor social, la joven se mostró dispuesta a contar su vida, sus objetivos, tarea diaria y planes a corto plazo.

“Una vez que me mudé a Córdoba capital a estudiar teatro, me uní a los misioneros claretianos, al grupo El Tambo. Junto a jóvenes de todo el país visitamos barrios marginales, trabajando y brindando apoyo a personas en situación de calle. Después de esa experiencia me quedé para siempre, ayudando. Yo estaba muy desilusionada con la iglesia como institución, pero al conocer la labor de los claretianos, me encontré con el verdadero compromiso y amor hacia el otro”, contó la misionera sobre lo que fue una de las grandes revelaciones de su vida.

“Comencé trabajando en el Hospital Pediátrico de Córdoba del 2009 al 2011 con un proyecto de salud y arte. Interveníamos en el área de salud mental con dos compañeros: Lucho, un artista y Tani, un psicólogo. Hacíamos talleres de teatro con niños en tratamiento psiquiátrico. Siempre vimos que el arte influenciaba positivamente en su tratamiento”, comentó Luisina sobre sus primeros pasos en la ayuda social.

Y continuó: “Luego conocí a los Payamédicos y me fascinó su teoría, su ética, su filosofía y su formación profunda, entonces hice la formación en el 2011 para ser Payamédica, luego la actualicé. Realicé prácticas en el Hospital de Tránsito Cáceres de Córdoba y participé de varios congresos de Payamedicina. Cuando viví en BsAs, hablé con José Pellucchi, el fundador de la conocida ONG, y le conté que me venía para el Congo. Así que hice una capacitación para ser Formadora de Payamédicos y aquí estoy ya en marcha para llenar de colores estos hospitales”.

Destino: República del Congo

Luisina llegó al Congo después de muchos años de búsquedas, formación y trabajo como misionera laica claretiana en lugares como Haití, donde la ayuda humanitaria era imprescindible. Si bien no es la primera vez que se encuentra en África, ya que en el 2010 trabajó en Costa Marfil en otra misión, esta vez arribó para quedarse y crecer en su vocación.

“Hace 15 años pertenezco a la congregación claretiana. Me sumé queriendo ayudar y encontré a un grupo de gente hermosa, laicos y consagrados, que dedicaban su vida y su tiempo a acompañar los más necesitados. Para llegar al Congo requerí de una invitación especial, la logré gracias a mi vinculación con los claretianos” admitió.

Luego destacó un aspecto esencial de quienes llevan esta forma de vida dedicada al servicio del otro: “Servir a los otros me hace feliz, pero no es solo servir como asistencialismo. Sino que profundizar en la tarea e implicarse, requiere de un fuerte compromiso. Para mí el compromiso tiene que ver con ser consciente de la causa que genera la pobreza que oprime: las desigualdades sociales generadas por el sistema capitalista en el que vivimos. Por eso debemos actuar, ayudar a desarrollar a personas, no cubrir parches de lo que no funciona, sino brindar herramientas, intentar salir de una situación de opresión”.

Fe, compromiso y amor

“Como misionera laica, aprendí a tener fe, a creer en Dios. La propuesta de amar es seria. Mi vocación de servicio nació cuando me di cuenta que cada uno de nosotros es co-responsable de los otros, de crear una sociedad justa y habitable para todos. Entonces, teniendo la experiencia propia de que el amor es lo que salva siempre, es que creo necesario amar implicándome de verdad”, reflexionó tomando consciencia de cada palabra pronunciada.

Un día en la vida de Luisina

Luisina trabaja sin reparos en el Hospital orfanato de Kimbondo que alberga más de 400 niños y niñas. “Una es madre, hermana, enfermera, maestra, carpintera, pintora, malabarista”, aseguró.

La misionera  cuenta que sus días nunca son iguales. “Pasan muchas cosas cotidianamente y una está a disposición de todo. Desde cambiar un pañal y jugar con los pequeñitos, hacer deberes y apoyo escolar, hasta curar heridas, dormir en el hospital para contener a algún internado, intervenir en situaciones de violencia de género y otras que surgen”.

Los niños y niñas del Hospital orfanato llegan por diferentes motivos. Según narró Luisina, algunos padres abandonan a sus hijos porque van huyendo de la guerra del este del país, pensando que allí tendrán mejor vida, por falta de trabajo y una pobreza extrema que les impide hacerse cargo de ellos, entre otros factores.

En ese contexto, la joven siente que uno de sus propósitos principales hoy, es acompañar a las jóvenes mujeres en su etapa de búsqueda y preparación para la vida adulta.

Para comunicarse en Kimbondo habla francés y el lingala, lengua bantú originaria del lugar. “Me defiendo con el lingala, lo voy aprendiendo de a poco. Por suerte aprendí francés ya en Costa de Marfil, y aquí lo perfeccioné”, acotó Luisina.

“Voy a empezar a implementar en distintos hospitales la visión que tiene Payamédicos sobre la salud y las personas, sobre el teatro, el amor, los colores. También estoy  planeando talleres, así que estoy muy contenta. Voy soñando de a poquito”, expresó la joven sobre su misión con la organización de lidera Pellucchi en Argentina y que tiene fuerte presencia en Córdoba.

Un Centro para la Mujer y los jóvenes

Una residencia, un lugar de acogida, es lo que Luisina junto a otras personas claves en el proyecto, están logrando de a poco, para guiar a las jóvenes mujeres que no tienen familia y salen de hogares públicos, desprotegidas, a enfrentarse a una vida que muchas veces se les presenta muy hostil.

“Esta fundación comienza a nacer después de haber vivido y presenciado muchas situaciones de violencia hacia las mujeres y jóvenes  y haber visto vulneración de derechos fundamentales. En todo este tiempo pude constatar que las mujeres (adolescentes y jóvenes) son las que peor la pasan. Hay  muchas injusticias y violencias. Entonces, sabiendo que una vez que cumplen los 18 años ya no pueden quedarse en el orfanato y que no tienen a dónde ir, era necesario hacer algo urgente”, manifestó Luisina.

Y destacó: “La calle es peligrosa, para el género femenino aún más. Vivimos en una sociedad muy patriarcal y muy machista a nivel país. De allí surge la idea de ofrecerles un lugar sano, fraterno, familiar, de reinserción social. Donde por un período de tiempo ellas puedan estudiar algo (con un sistema de amadrinaje /apadrinaje) o aprender un oficio que las ayude a reinsertarse socialmente y salir adelante”.

El centro gestado por Luisina se llama Marie Muilo, en memoria de una de las adolescentes que vivía en el Orfanato y que falleció a causa de una enfermedad.

“Era una joven brillante que quería progresar, una persona maravillosa que acompañamos hasta el final. Hoy, en homenaje a ella, estamos consiguiendo fondos para que todas las chicas que quieran puedan estudiar en la Universidad u otros institutos. Recibo ayuda de gente de España, tengo muchas voluntarias mujeres y cuento con el padrinazco del empresario Franciso Roura, quien sostendrá este proyecto mes a mes, por lo cual el agradecimiento es enorme, porque vamos para adelante”, concluyó la misionera con el orgullo característico de quien vive su labor con pasión y amor  inclaudicables.