Ser madre para cada mujer, para cada cuerpo gestante, más allá de su identidad de género, será algo diferente, sin lugar a dudas. Lo que sí puedo asegurar en esta fecha que se celebra todos los años, es que ser madre es un verdadero compromiso con la vida, con ese ser al que vamos a gestar, a traer al mundo, o que vamos a cuidar durante su infancia, adolescencia y acompañar en su adultez. Esto último en el caso de no ser madres biológicas y si decidimos adoptar.

Lejos del mito romántico de la maternidad, de la mirada color rosa y edulcorada que impone la sociedad y el mercado a través de publicidades, mensajes en medios y demás, reproducidos hasta el hartazgo, diré desde mi experiencia que la maternidad nos transforma profundamente de manera contundente e inevitable, y que como todas las transformaciones, tiene sus momentos de dificultad, de dolor, de alegrías enormes y de aprendizajes de vida realmente maravillosos.

Al menos así soy madre yo. Lo deseé profundamente durante 8 largos años hasta que llegó el milagro de la vida y nació mi hija Liz. Fue un regalo del cielo, agradecí enormemente.

Luego vino lo inesperado, la mayor dificultad que una madre puede tener en su rol: la grave enfermedad de un hijo que amenaza su existencia. Pero cuando una deseó tanto maternar, cuando puso el cuerpo, el corazón y el alma, todo lo que suceda luego por más difícil que sea, intentará vencerlo, seguir adelante con arraigo y pasión inclaudicables por la vida. Porque hubo un deseo, una elección, una fuerte convicción, ese es el disparador de la perseverancia inquebrantable.

No es necesario desear ser madre tanto tiempo, así me sucedió a mí, hay mujeres u otros cuerpos gestantes que puede que lo piensen menos, que se les de sin esfuerzos, no importa. Cada uno tiene su camino, su destino. Lo clave, es que no cualquiera por solo estar apta biológicamente, puede maternar.

Ser madre es una decisión fuerte, donde lo fundamental en la vida pasará a ser esa persona que viene en camino o que se adoptará. Una se corre a segundo plano, pero ojo, no es renuncia de una misma, de ningún modo. Es reacomodamiento de prioridades y organización vital. Tampoco es verdad que la mujer deba abandonarse por su hijo o hija, es no es cierto ni bueno que suceda. Porque nuestro hijo o hija crecerá más feliz, seguro y completo, cuanto más feliz y completa sea su madre o quien cumpla el rol. Los niños y niñas son y serán nuestros espejos durante mucho tiempo y debemos ser conscientes de ello.

Está muy bien que cada una, cada cuerpo gestante decida si quiere ser o no madre. Los mandatos sociales nada tienen que ver con esto. Es un camino de corazón y puro convencimiento, sino, no será bien transitado.

Brindarse por completo

Maternar es brindarse por completo con paciencia y templanza durante todo el proceso de crecimiento. Es alimentar, velar por la salud física, psíquica y emocional de esa pequeña personita que depende de una. Es estar siempre acompañando, sin sobreproteger. Es también enseñar límites, demostrar con actos diarios lo que significa la empatía, la solidaridad, el respeto y el amor por los otros y nosotros mismos. Corregir cuando es necesario, brindar tiempos de calidad, para jugar, para pasear, para compartir, y hasta para soñar.

Sí, porque también maternamos con las palabras y todo el universo simbólico que tejemos alrededor de nuestros hijos. Cuando les transmitimos fe, incentivamos su imaginación y fantasía, cuando los animamos a volar con juegos, canciones y cuentos, entre otras tantas cosas, también estamos maternando. Estamos sembrando semillas de amor, alegría y colores en la vida de los niños y las niñas, y por lo tanto así serán sus vidas: un crisol de diversidad, entusiasmo y pasión verdaderos.

Esta última idea es para mí muy importante, porque de mi madre siempre agradezco e intento imitar ese mundo de magia, historias y optimismo que se encargó de tejer en nuestra infancia y que luego, de adultas, -a mis hermanas y a mí- nos sirvió para sortear los obstáculos más complicados. En momentos de grises y de oscuridad, mágicamente esos colores se reactivan y todo vuelve a tener un sentido edificante.

Esto no significa que debamos apartar a los chicos y chicas de la crueldad del mundo, hacer de cuenta que no existe. Todo lo contrario. Ellos deben saber a qué se enfrentan y las herramientas que les demos desde pequeños, los ayudarán a ser más fuertes y a encontrar la forma de resolver sus propios problemas. A desenvolverse con la maduración emocional que se consigue con el transcurrir de los años.

“Mientras hay vida, hay esperanza”, nos dijo una vez mamá, y esa fue la premisa para luchar con alegría y fortaleza ante la adversidad. Eso sí, para la vida adolescente y adulta, son necesarios los colores que en la infancia hayan podido brindarnos. Como madres tenemos el deber amoroso de nutrir el espíritu de los niños y niñas con esos colores. No nos olvidemos nunca, ningún día de nuestras vidas de eso.

Por estos motivos y otros tantos, celebro en este día a todas y a todes los que hayan decidido maternar con lo que eso implica.

Celebremos y agradezcamos más que nunca a la maternidad, a nuestras madres, al trabajo silencioso y milenario hecho desde los orígenes de nuestra existencia, que por múltiples motivos, la sociedad y el mismo sistema que tanto nos necesita, aún no sabe valorar en su justa medida. Pero también respetemos a quienes no desean ser madres, porque el respeto es parte del verdadero amor hacia el otro. Y maternar, hoy y siempre, es amar con mayúsculas.

¡Feliz día!