La estatua de Zito

Por Zito Fuentes. No sé si ustedes saben que soy amigo de Guillermo Francella y que se inspiró en mí para muchos de sus personajes. Fue de mí que Guillote sacó aquella frase del médico de guardia que remataba cada sketch con la frase: “Me van a enfermar, me van a enfermar”.

Y es que esta semana fue de locos, ya no puedo sostener amistades, me miran mal los de un lado y los del otro por esto de hacer equilibrio entre el bien y el mal, vistos éstos del lado del que ponga más sanguchitos en la fuente.

La única alegría que tuve llegó de la mano de una choripaneada que organizaron los compañeros peronistas que apoyan al Pelado Gómez Gesteira. Lo bueno de todo esto es que se hicieron a la leña y no hubo que utilizar gas natural porque no sé si vieron el tole tole que se armó con las facturitas que les llegaron a los hoteleros y gastronómicos.

-No estamos para esos chistes, Zito, no te desubiqués; exclamó uno de los oficialistas duros del ala más “naranja fuerte” del gobierno de Estebanísimo I.

Y así fue que me largaron del acto con un pebete y una Manaos y no llegué siquiera a oler un choripan.

Hice una base con el pebete y salí a fondo en mi “monociclo” (qué otro transporte iba a utilizar yo) hacia otros mitines políticos que se celebraban esa noche en la ciudad.

Escuché un grito ensordecedor en la esquina de Libertad y La Rioja, o por ahí. “ZITO, VENI PARA ACA!!!!! (lo escribo en mayúsculas porque fue un grito ensordecedor, dije). Era Carlos, nada más y nada menos que Carlos.

-Me dijeron que te vieron en el acto del Pelado; si eso es verdad, Zito, no puedo hacer que devuelvas todo los salamines que comiste la otra vez por acá, pero no te quiero ver en la próxima comida; me retó.

Y de ahí salí hacia lo de Marianita, que es como una hermana. Me pasó lo mismo. Pero ni siquiera pude llegar a verla. Me sacaron desde la puerta al grito de “Zito, traidor; te pichetteaste!!!”

Es que fue una semana en la que pasaron muchas cosas. Afortunamente, me siguen quedando lugares donde conseguir algo para meter en el buche porque a esa altura de la noche mi estómago hablaba en tres idiomas. Chicho Serna estaba allí, en la esquina de la Yrigoyen y San Martín y me pidió que colaborara con la grabación de su spot: con una canción cuyo ritmo me remitió a la selva de la que vengo.

Y las cosas empezaron a cambiar. Sonó mi teléfono, un Nokia 1100 que conservo porque soy fan de la viborita.

-Zito, venite que armamos un picado; era la voz del Víctor Curvino, con quien supe jugar en Racing de Nueva Italia en mi etapa de futbolista. Empezamos el picado, apareció el Mati Mowszet como relator y entre el público divisé a Fernanda Ames, la candidata de la Izquierda y el Emi Iosa con botellitas de agua del San Roque, bien verdecitas.

“Están todos”; pensé. Y empecé a demostrar mi destreza en la gambeta, mis prodigios en la proyección en velocidad hasta que terminé afuera de la cancha, expulsado por el árbitro Carriquiri, que entendió que mi gorro afro tenía mucho color naranja.

Me fui, decepcionado con la vida del periodista callejero. “¿Qué quieren de mí”, exclamé a los árboles donde vive el dios de los monos.

Como una aparición divina en el medio de la noche, lo vi. Era un ser moreno, casi como yo. Sólo con su mirada me hipnotizó. Cuando desperté estaba inmóvil y pintado color bronce. Una estatua viviente del mono más famoso de Carlos Paz. Llegaron los de naranja, me pusieron una cinta al frente e inauguraron la Plaza de Zito, en alegórica imagen de la hermandad entre hombres y monos.

Y aquí estoy, escribiendo esta columna desde mi Nokia, vía mensajes de texto, los viejos y queridos SMS que salen directo hacia mi superioridad.