Hay humo, pero no de incienso

Por Pbro. Mario Bernabey. En nuestra querida Córdoba venimos sufriendo grandes incendios, debido a la sequía que nos atraviesa. Vemos humo y pensamos en tantos hombres y mujeres que salen a cuidar y defender la vida: de casas de familias, de animales silvestres, de plantas autóctonas…  Ante la inconciencia de unos pocos, el medioambiente, el bien común y lo construido con esfuerzo por tantos vecinos se pierde y se destruye. Observar con tristeza el espectáculo de las sierras completamente negras no despierta esperanza… los vientos que soplan sin compasión, el calor quema el suelo cordobés y eleva la temperatura de tal manera que nada logra rebrotar.

Esta realidad natural es una metáfora de lo que ocurre en lo social. Algunos sectores de la vida política hacen humo, para no ver la realidad concreta, los problemas y necesidades de los ciudadanos que habitamos este suelo rico, que ofrece un hábitat repleto de belleza, diversidad y abundancia natural y cultural: naturaleza y gente talentosa, con grandes capacidades transformadoras.

En nuestra Patria, ya discutimos que las políticas de Estado no pueden resolver los embarazos inesperados. Se discutió en el parlamento y se llegó a una respuesta democrática: “las dos vidas valen y hay que defenderlas”.

A pesar de esto, el Gobierno vuelve a introducir el tema del aborto, como si se tratase del instrumento que puede dar respuestas a los verdaderos problemas de este año 2020, tan desafiante y provocador. Las realidades retadoras para la construcción de un pueblo que crezca y produzca una historia nueva quedan a veces demonizados o bajo el cartel “yo pienso, vos no´´.

Decido escribir en este tiempo, ya que la expresión libre y plural enriquece la vida en sociedad. Veo la necesidad de que nos animemos a un diálogo y debate responsables frente a cada situación que hoy nos necesita pensando, proponiendo y gestionando. La propuesta de la ley del aborto no es un problema religioso, pero la vida de fe ilumina el andar de los pueblos.

La búsqueda de la verdad en lo profundo del corazón, llena al hombre de libertad y lo hace protagonista de su tiempo. Por eso, la vida es un derecho que en la historia de la humanidad se fue plasmando a través de acuerdos y búsquedas, todos animados por un deseo de vivir y dejar vivir. En consecuencia, los derechos humanos afirman que todo niño tiene derecho a la vida, dado que nadie es dueño de la vida del otro. La Constitución de nuestra Patria lo sostiene; grupos y comunidades con valores trascendentales lo proponen; la ciencia lo afirma cuando dice que es posible extraer el ADN de una persona en el vientre materno y cuanto más podríamos recordar…

Ante tanta evidencia, nos duele la dureza y tozudez de algunos ciudadanos con diferentes responsabilidades civiles que no asumen lo primero que les compete: cuidar y defender la vida, toda vida, siempre. La historia nos recuerda que la violencia, la agresión, el maltrato o la violación de los derechos humanos nunca pudieron transformar la vida de los hombres, sino deshumanizarla, para generar más muerte y una muerte indigna.

Los hombres de fe podemos vislumbrar la vida como un don recibido, para ser celebrado, disfrutado y compartido con otros. Defenderla, siempre nos confirma más humanos, capaces de poder honrarla y gozarla. Este camino que los creyentes recorremos pasó por luces y sombras. Muchas veces nos creímos, erróneamente, dueños de la vida: cuando se condenó, cuando se abusó de la inocencia de niños, cuando se trató de ´´bastardos´´ a los hijos de las madres solteras o cuando se negó sacramentos porque no estaban los papeles de la vida matrimonial en orden, entre otras tantas situaciones. Con valentía reconocemos lo pasado, la autocrítica nos permite pedir perdón, como lo hizo San Juan Pablo II en el jubileo del año 2000, para dar pasos enriquecedores, valorando, respetando y cuidando toda vida. A esto nos invita siempre la buena noticia del evangelio: seguir creciendo y amando, para dar frutos auténticos.

Como sociedad, sería bueno animarnos a dar pasos que nos ayuden a cuidar y valorar la vida, toda vida. Hagamos memoria de las raíces profundas que nos sostienen como Nación. Dejemos de generar un humo que nos distraiga de las necesidades de todos aquellos que compartimos este suelo. La ausencia de justicia, el crecimiento de la pobreza por la corrupción, la anomia que invade como cultura, la indiferencia justificada detrás de ideologías son formas de violencia y seguramente, seguirán provocando maltratos a las personas y nos conducirán a caminos de destrucción. Con la valentía que decimos tener los argentinos, bien vendría una autocrítica responsable para continuar la construcción de esta Nación joven que celebró sus doscientos años. Bien nos vendría ocuparnos de aquellas situaciones de la vida que nos interpelan para darles respuesta, como lo son la educación y el trato digno que merecen las personas.

Ojalá, siendo una sociedad libre, nos animemos a pedir a los que dirigen los destinos de nuestra Patria, que se animen a cuidar y defender la vida como lo hacen las mujeres y los hombres simples de nuestro suelo. Así como nuestros vecinos y los bomberos, que ante un humo en las montañas salen a apagarlo, porque hay algo valioso que cuidar. Sin ningún otro interés que sostener esa vida y el bien común, en todas sus manifestaciones.

Vayamos a cuidar la vida, un don que merece ser celebrado. Que el humo que hacen algunos no nos cierre los ojos a la historia que nos desafía como hombres y mujeres, como los protagonistas de una existencia maravillosa.