Fernando Albareda lloró en la entrevista que concedió a La Voz del Interior en el penal de Bouwer, donde está detenido desde agosto de 2024 acusado de matar a su madre, Susana Montoya.

En el reportaje, entre sollozos, Albareda contó cómo mató a su madre. No pidió perdón. Dijo no saber si está arrepentido. Tampoco supo si hizo justicia.

El caso de Fernando Albareda, detenido en el penal de Bouwer, estremece no sólo por la brutalidad del crimen que confesó –el asesinato de su madre, Susana Montoya, el 1 de agosto de 2024– sino por la historia familiar atravesada por la dictadura, las heridas no cerradas, y una herencia que fue más simbólica que económica: el trauma.

Albareda narró los hechos en una entrevista con el periodista Ary Garbovetzky, publicada por La Voz del Interior este domingo 8 de junio de 2025. En esa nota, titulada “No sé si estoy arrepentido”: así Fernando Albareda admitió que mató a su madre, Susana Montoya, el detenido reconstruye el camino que lo llevó desde la lucha por los derechos humanos hasta convertirse en homicida.

“La dictadura me destruyó. Me quitó lo más preciado que yo tenía, que era mi padre. Y ahora, con el encierro, es peor”, declaró Albareda desde prisión.

Un crimen anunciado por el dolor

El padre de Fernando, Ricardo Albareda, fue secuestrado y desaparecido en 1979 por una patota del D2 en Córdoba. Era militante del PRT y, según documentos judiciales posteriores, fue brutalmente torturado antes de morir. El testimonio del hijo señala a su madre como una posible entregadora: firmó una denuncia contra su esposo días antes del secuestro, y luego recibió una pensión policial.

Ese dato fue un quiebre definitivo en la relación entre madre e hijo. Fernando no pudo volver a ver a su madre sin exigirle respuestas. “Decime la verdad”, repetía cada vez que la visitaba, según su propio testimonio.

La discusión final fue por el reparto de una indemnización de 76 millones de pesos correspondiente a la reparación del legajo de su padre. Susana había prometido compartir parte con los nietos, pero cambió de opinión y anunció que se la daría a su otro hijo, Ricardo.

En ese momento, Fernando asegura haber “perdido el control”. La mató con una soga, una piedra, un ladrillo y un cuchillo. Luego, intentó encubrir el crimen con una amenaza escrita en la pared. “Intenté que parezca otra cosa, para no perjudicar a mi familia”, dijo.

Víctima y victimario

Albareda no niega el crimen. Tampoco lo justifica completamente. Pero hilvana su relato con una línea que va desde su infancia marcada por el abuso (dice haber sido violado en un instituto de menores, a donde lo enviaron su madre y su abuelo), la desaparición de su padre, y el rechazo constante de su entorno familiar.

“Quiero que se sepa la verdad. Que la gente entienda que esto no me pasó de un día para otro. Que no soy un asesino, sino una persona rota por la dictadura y por mi madre”, dice.

¿Puede una historia personal explicar un crimen?

El fiscal del caso, Juan Pablo Klinger, sostiene que no hubo arrebato emocional, sino premeditación: Fernando eligió un momento sin testigos, estacionó lejos y trató de desviar la investigación. El crimen está elevado a juicio, pero su defensa buscará cambiar el encuadre legal y reabrir la causa.

Fernando Albareda pidió disculpas a los organismos que lo apoyaron.

Foto Ramiro Pereyra (La Voz)