El guionista y productor estadounidense David E. Kelley, conocido como el creador de “Big Little Lies” y “The Undoing”, vuelve a apostar por el formato televisivo y a los protagónicos femeninos en “Anatomía de un escándalo“, la serie de drama legal que estrenó este viernes en Netflix.

Habla sobre un perturbador caso de violencia de género que involucra a un funcionario del gobierno británico y las mujeres involucradas en el caso.

Protagonizada por los reconocidos Sienna Miller, Rupert Friend y Michelle Dockery, la propuesta que también juega con el género de thriller psicológico y que consta de seis episodios de una hora cada uno, está basada en la novela homónima escrita por Sarah Vaughan, famosa por centrarse en temas como el poder, el privilegio y el machismo.

Un secreto perturbador

Desde esa misma base, esta primera temporada de “Anatomía de un escándalo” -que está prevista como una tira de antología que recorra un caso distinto en cada entrega- sigue el estallido de un caso de violación dentro de las élites inglesas, que deja en la mira de la Justicia a James Whitehouse (Friend), un parlamentario y ministro que además es íntimo amigo del Primer Ministro del Reino Unido, Tom Southern (Geoffrey Streatfeild).

Su fachada como fiel esposo, hombre de familia modelo y político progresista se pone en jaque cuando sale a la luz un amorío que tuvo con una de sus empleadas, Olivia Lytton (Naomi Scott), aunque pronto todo se pondrá más difícil cuando ella lo denuncie por haber abusado sexualmente de ella.

La noticia pone pies para arriba a su esposa, la en apariencia algo sumisa Sophie (Miller), atormentada por las sensaciones encontradas que le provocan el engaño, la exposición mediática y la dura sospecha de que, quizás, no conoce a su marido tanto como creía.

A partir de allí, las y los espectadores serán guiados a través de un viaje por momentos de confusa ensoñación que poco a poco destapa recuerdos suprimidos y secretos muy bien enterrados, con un ritmo atrapante que hace avanzar una trama muy contemporánea y que no abusa de los giros narrativos para tomar por sorpresa al público.

En ese sentido, el gran catalizador de la narrativa es el personaje de Kate Woodcroft (Dockery), la obsesiva y tenaz fiscal que queda a cargo de la acusación en el proceso contra Whitehouse, durante el cual intentará convencer al jurado -incluso a costa de sus propias emociones- de que la joven no había dado su consentimiento en el último encuentro sexual que mantuvo con el funcionario.

Con el escenario londinense detrás, los tres intérpretes principales consiguen dar vida a una historia bien construida y con una puesta estética llamativa que pone sobre la mesa, pero sin ser explícitamente obvia, hasta dónde puede llegar la impunidad de los altos estratos y cómo la falta de perspectiva de género se expresa en las relaciones, en la sociedad y en el sistema judicial.

Fuente: Télam.