Ha muerto José Manuel de la Sota, exponente emblemático del Peronismo Renovador en la provincia de Córdoba, un animal político por excelencia y un líder por carisma y voluntad.

Ha muerto en un momento sumamente sensible para el derrotero del Peronismo. En términos de coyuntura, el movimiento, afronta la tarea de la reconstitución, de la cual De la Sota se proponía como uno de sus artífices. Un hombre que sabía mover el cuerpo como pocos tal vez en el juego de los acuerdos y consensos.

Para todos, De la Sota ocupaba el lugar del Padre, ese al que Freud –en Psicología de las masas y análisis del Yo– le atribuía la capacidad de constituirse en el objeto en torno al cual la masa, el pueblo, aglutinaba sus pasiones bajo la forma de la identificación.

En algún sentido De la Sota era el ‘Padre primordial de la horda’, amado y temido, el nombre del amparo y del castigo, el que habilitaba el rito de iniciación y el que cancelaba el ingreso, “la masa quiere siempre ser gobernada por un poder ilimitado, está en el grado maníaco más alto de la autoridad”(1.); la masa y, en el Sistema de Partidos, los hijos. De la Sota gozaba de ese halo. He allí el Padre.

Paradoja inmensa de un momento histórico donde se proclama, y se constata, por doquier la elusión de la autoridad a consecuencia de “la caída del nombre del Padre”.

La contemporaneidad también está hecha de una multiplicidad de semblantes.

El presente, atravesado por discursos de ruptura y contestación, nunca logra despojarse del todo de las pasiones del pasado, políticas y privadas, públicas y singulares. La pulsión tiene eso; se empeña en retornar.

Vaya si la política argentina lo sabe. Vaya si el Movimiento lo sabe.

No hago una valoración necesariamente peyorativa del hecho, la pulsión es así. Y sería importante no perder de vista ese aspecto constitutivo del cuerpo social, y del lazo social.

Desde la emergencia de las clases populares en la vida pública de nuestro país, desde su aparición y posterior constitución como Sujeto político relevante en las democracias de masas hacia mediados del siglo pasado, sus demandas y representaciones estuvieron anudadas al nombre del Padre, a liderazgos fuertes, desde el ‘personalismo’ de Irigoyen a la ‘omnipotencia’ de Perón. Más cercano a nuestros días, el pueblo celebró a Menem y erigió a Néstor y Cristina. Somos modernos pero eso no impide en absoluto que el Padre (la función paterna) siga allí.

La historia humana es la historia imposible de la vida en común, la política es eso, la historia imposible de la vida en común, esa historia en la que no podemos elegir no perseverar. La historia humana es esa que no podemos vivir sin el otro y también a pesar del otro, en eso consiste el proceso de socialización, en hacer determinadas concesiones a nuestra costa y en darle un destino sublimado a la pulsión, sobre todo a la ‘de muerte’, para que ese imposible no se consume. Sin embargo, entre nosotros, nuestra historia persevera en reavivar Dioses Oscuros(2.) y –sin necesariamente serlos pues no hay homología aquí, ni el propósito de insinuarla– en instituir liderazgos. A contramano del devenir político de las ‘democracias’ europeas, de cuya Teoría Política somos deudores, buena parte de las sociedades latinoamericanas y, ni hablar, la nuestra, no tienen interés en renunciar a ellos.

Por eso a De la Sota se lo lloró ‘como se llora a un padre’. Y al margen de las cercanías o distancias ideológicas que uno pueda tener con él, hay allí un hecho. Un hecho que da cuenta de una idiosincrasia, y de unas formas de subjetividad que arraigan aún con fuerza en el cuerpo social.

Cómo esas formas de subjetividad tramitan el goce es otra cosa. Qué formas asumen el amor y la pulsión de muerte en la Argentina del presente es harina de un costal donde el polvo se mezcla con el alimento; de un costal donde, incluso, no todo lo que en él hay de alimento es saludable. De un costal atravesado por el ‘discurso capitalista’, del cual la desigualdad obscena y la posverdad no son sino consecuencias necesarias, y perversas.

Pero no es este un artículo que se proponga juzgar cuán significativa ha sido la contribución de De la Sota a ese discurso y esa lógica. La cuestión es otra, la cuestión es dar cuenta de e intentar asir unas maneras de representarse y vivir lo común entre nosotros. La cuestión es poner de manifiesto que ‘lo viejo’ no termina de morir y que ‘lo nuevo’ no será, por nuevo, indefectiblemente mejor. De la Sota, y su muerte, son la excusa, apenas, para interpelarnos a nosotros mismos, en tanto sujetos políticos, acerca de lo que estamos haciendo con nuestra responsabilidad y los destinos que le estamos dando a nuestras pasiones.

¿Se entiende? De la Sota, su muerte y sus prácticas políticas, son una excusa y un recurso para interpelarnos acerca de nuestra responsabilidad como ciudadanos, de la forma en que nos acercamos y nos inmiscuimos en los asuntos públicos, si es que lo hacemos.

Es una interpelación que nos invita a hacernos cargo del destino común que nos espera.

No es el líder, somos nosotros, y nuestro goce.


* En Lacan, el término “goce” se diferencia del de “placer”, y está asociado a la forma en que el Sujeto canaliza la pulsión, esa(s) forma(s) suele(n) estar asociada(s) al malestar, a lo que hace daño, a lo que hace sufrir, y puede llegar a considerarse una patología. “Goce” y “placer” son dos palabras que en el lenguaje vulgar se intercambian habitualmente, pero no es así para el psicoanálisis.

(1.) Psicología de las masas y análisis del yo. Es una obra de Sigmund Freud publicada en 1921.
(2.) Antiguos dioses primordiales, de cuando la oscuridad y el caos dominaban el mundo, que sabían sembrar el terror a partir de una arbitrariedad sin límites.