La Carta Orgánica de Villa Carlos Paz plantea para la ciudad la figura del Defensor del Pueblo y, en su elección, propone una interesante contradicción: por un lado, el propuesto debe ser un ciudadano “independiente”, que se asocia directamente con la dependencia de una ideología política, y, por otro, que quienes propongan e impulsen su candidatura con una campaña pública que tendrá como corolario una elección abierta y obligatoria, deben ser los partidos políticos con representación en la ciudad.

La contradicción no es tal si se considera que son los ciudadanos libres los que conforman, en última instancia, un partido político ya que de manera independiente, justamente, deciden otorgar su tiempo y su trabajo a una idea de ciudad, de provincia o de país que promueva el bien común en democracia según tal o cual ideología. La vida más o menos orgánica dentro del partido político en cuestión sigue poniendo en juego la independencia del ciudadano en torno a su nivel de involucramiento y aun cuando el partido como cuerpo social considere que puede representarlos en un cargo estatal para bien de toda la ciudadanía. Porque no hay que olvidar que quienes acceden a un cargo “político” lo hacen para promover el bienestar de todos los ciudadanos y no sólo el de los que pertenecen a su partido político, parece raro recordar esto, pero la Carta Orgánica lo está señalando. Porque llegado el caso, ya sea por error, olvido u omisión del Estado, que comiencen a evidenciarse demoras en la ampliación de servicios, jerarquías aplicadas a los ciudadanos y a las instituciones que para algunos significan pleno derecho y para otros mitad de derecho o directamente ninguno, políticas públicas creadas para silenciar e invisibilizar sectores vulnerables de la sociedad, contratos de cumplimiento selectivo, con algunos sí y con otros no, anuncios de cumplimiento indefinido, entre tantas otras injusticias posibles, allí y con esto se demuestra de manera cabal la sabiduría y pertinencia de nuestra Carta Orgánica, allí aparece para recordar que el bien común es para todos, incluidos todos los diferentes, el Defensor del Pueblo.  Vaya que debe conocer de política y políticas este Defensor del Pueblo para abocarse apropiadamente a esta tarea.

Hay quienes proclaman su “apolitismo” a los cuatro vientos como una cualidad imprescindible y cabría preguntarse si eso es ser verdaderamente “independiente” siendo que está perfilando a un ciudadano que nunca pudo comprometerse con un sueño de ciudad, provincia y país,  con lo que uno podría llegar a sospechar que nunca la tuvo y su única aspiración fue la mejoría personal  lejos de todo bien común.  Podría ser que este “apolítico” sostenga que ninguno de los partidos políticos vigentes hoy lo representan con lo que sería a-partido político, que no es lo mismo porque alguna ideología tiene solo que no considera útil defenderla en un partido, en una institución o en una iglesia. Porque así es señores, todo el que se sale de sí mismo y se une a otros en busca de una mejoría que incluya a otros, ya sea para su barrio, para los jóvenes, para los niños, para su ciudad, está haciendo política.

¿Qué podemos pensar del “apolítico”a la luz de esta definición? Que cuando votó no miró las boletas de los partidos sino que votó en blanco o que recitó con los ojos tapados susurrando despacito “en la casa de Pinocho todos cuentan hasta ocho, pin uno, pin dos, pin tres, ..” y cuando llegó al ocho le votó a la afortunada boleta o que eligió a la cara más seria o al buen mozo, o al de sonrisa más pareja o que directamente no fue a votar ( lo que en este país está prohibido con lo que se hizo pasible de una multa). Sin embargo, a pesar de su proclamada independencia por apolítico, hay que avisarle a este ciudadano/a que cada una de estas posibilidades frente al sufragio indica una postura política: la del que le da lo mismo el que gobierne porque ya se puso “a salvo” solo. Si trasladamos esto al Defensor del Pueblo de la ciudad, se debe tener conciencia que no por su proclamado “apolitismo”, el elegido dejará de tener posturas políticas, muy por el contrario, debe tenerlas. Cuestionar las decisiones del poder que no cumple la ley y hacerlo en nombre de los que son silenciados es una decisión política y, por el contrario, desestimar toda protesta que implique ir en contra del status quo avalando con el silencio a la burocracia del discurso de la obediencia sería la postura del apolítico para que no lo acusen de “hacer política”, con lo que también asume una postura política.

Pensar en nuestro Defensor del Pueblo merece todas estas reflexiones cuando se esgrime la vara del  independietómetro para medir el criterio y la cercanía de tal o cual candidato con la realidad política. Aristóteles definió al hombre como un “animal político”. Para algunos el ombudsman debe ser sólo un animal que ante la palabra “política” sale disparando como el elefante ante la rata.

Ser independiente no significa ser un “tibio” que no se compromete por miedo a que le digan “político”, no significa no salirse de la mismidad para acercarse a la realidad del otro. Ser independiente no significa estar en el medio de todas las cosas sino exactamente lo contrario, tener la suficiente entereza, conocimiento y perspectiva para tomar la posición y acción necesaria, aunque sea la más extrema.