En 1976, Alfredo Luján cantaba en el coro municipal de Carlos Paz. Era empleado bancario, sus dos hijos tenían 13 y 14 años y había empezado a estudiar Biología en la Universidad Nacional de Córdoba.

Casi todas las noches, en algún lugar de Carlos Paz se reunían entre 30 y 40 personas con ganas de cantar y de aprender. El músico José Luis Pinczinger sabía como hacer que ese grupo de personas simples, que durante el día trabajaba de cualquier otra cosa, se ensamblara en un coro de voces armónico para interpretar un repertorio de clásicos de la música argentina y latinoamericana. El director había sido contratado por el municipio y el coro estaba invitado a casi todos los actos patrios y culturales de la ciudad y de localidades vecinas.

Llegó marzo de 1976. Llegó el 24, ese día oscuro en el calendario de los argentinos. Llegó también a Carlos Paz.

“¿Qué pasará con el coro?”, comenzaron a preguntarse sus integrantes. ¿Qué pasará con Pinczinger?. Es que el director no tenía otro trabajo y el pequeño sueldo que le pagaba el municipio era la única entrada de su familia. El relato de Alfredo, en primera persona, es indispensable para tomar el pulso de la situación, del aire que se respiraba en esos días, aquí en Carlos Paz, como en toda la Argentina.

“Un día llegó Pinczinger con la noticia de que lo habían citado desde la Municipalidad. Me preguntó si lo podía acompañar y le dije que me esperara que saliera del banco. Nos vamos con Piczinger y nos dicen que teníamos que hablar con el interventor militar que creo que era un comodoro de la Fuerza Aérea. Nos preguntó por el coro, le dijimos realmente cuál era su función. Y en un momento dado dice: señor Piczinguer que por el momento se iba a cancelar su contrato porque tenemos que hacer cambio. Este muchacho hacía poco que había tenido una nena, estaba recién casado. Y le dijo: Señor yo vivo de esto. Y la respuesta fue que tenían que reorganizar todo. Y planteó que iban a tener muchos actos y que nos iban a dejar cantar en ellos.  A todo esto yo pensaba y sin saber lo que se venía. Y dije: Dísculpeme señor, yo no soy el director pero soy parte del coro. Y si no he entendido bien, usted lo deja sin trabajo al director, nos llama para decirnos eso y todavía usted nos está diciendo que tenemos que cantar en los actos que el Proceso de Reorganizacion Nacional va a realizar. Le quiero decir que como integrante del coro no cobro y a mí no me interesa el Proceso y si usted no le paga al director y quiere que cantemos, le va a tener que pagar a cada integrante del coro porque gratis no vamos a cantar”.

Parte del coro, en una de sus presentaciones en la Peña La Amistad.

Alfredo lo visualizó después y ahora dice: “Hablar de esa manera en esa época era que te marquen con una cruz”. El comodoro tomó nota de su nombre y ya nada volvió a ser lo mismo para Luján y su familia.

La peña La Amistad

Lo que siguió después, por unos meses, fue el éxito de la solidaridad. Los integrantes del coro decidieron seguir adelante con apoyo de los comerciantes y vecinos. ”

“Citamos a una reunión en el Rizzutto y les conté a los demás lo que había pasado. Estuvimos todos los integrantes y decidimos pagar una cuota para que José tuviera su sueldo. La idea fue hacer actuaciones, pedir ayuda a los comerciantes y seguir. Así hicimos, decidimos formar una comisión de cinco personas para estar al frente de este movimiento cultural. Se hizo una elección y quedé como presidente. Empecé a trabajar, a hablar con los comerciantes comentándoles lo que pasó. Hacíamos peña, organizamos la peña La Amistad. Los comerciantes regalaban cosas para que nosotros sorteáramos. La peña, que hacíamos en el centro de la ciudad, se llenaba, casi siempre quedaba gente afuera”.

Alfredo cuenta que también iniciaron un taller cultural y recreativo para chicos. “Casi sin darme cuenta comienza mi verdadera militancia a pesar de que yo venía militando desde los 17 años”.

Y relata: “Yo empecé a militar en el PRT pero siempre estuve y sigo estando en contra de la violencia y la guerra armada. Allí me reunía con mis compañeros pero yo estaba en lo educativo y cultural. Me interesaba la educación social, porque era docente y las actividades culturales”.

Luján, enfrente a la cárcel de San Martín.

Detenido por coreuta

De pronto, todo empezó a cambiar. “Empecé a notar en noviembre de 1976 cosas raras. Mi mujer me dijo que había un tipo en la esquina mirando la casa. Uno no sabía muy bien como venía la mano”, asegura Alfredo.

Llegó diciembre.

“Estábamos con mis hijos en casa.Yo vivía enfrente a donde está El Burrito, en avenida Estrada. Mi hija tenía 14 y mi hijo 13. Habíamos  terminado de cenar y yo estaba jugando con los chicos. Escuchamos ruido. Patearon la puerta y abrieron una ventana y me doy cuenta de que me estaban apuntando. En ese momento pensé que eran ladrones. Me quedé quieto y agarre a los chicos. Y entró una patota. Habíamos hecho un festival y yo tenía el dinero para rendir. Vinieron, se sentaron en la mesa como dueños de casa, empezaron a revisar todo. Encontraron el dinero y dijeron: ‘esto es plata de la subversión’  y se la llevaron. Estaba estudiando biología y me rompieron un herbario que me costó mucho hacer y clasificar. El que comandaba el operativo abrió su maletín y sacó revistas. Y dijo: ‘ Estas revistas estaban acá’. Y me llevaron a la D2 Después me enteré que habían rodeado la manzana y habían liberado la zona”.

Alfredo Luján estuvo 10 días en el D2, el centro de detención ubicado en pleno centro de Córdoba, en el Cabildo. “Estuve allí 10 días. Me torturaron, querían hacerme culpable de no sé cuántas cosas. Ellos sabían que me reunía. Lo que hacía no era una asociación ilícita, nos juntábamos con un grupo de persona para hacer cultura y educación para la comunidad”, afirma.

“Me torturaron los 10 días. En un momento dado me pasaron a una oficina y creo que fue (Héctor) Vergez que me tocó, estaba vendado y esposado, y me quiso hacer firmar un papel. Le dije que no podía firmar lo que no veía. Me sacaron la venda y las esposas y me dieron una lapicera. Era un escrito largo. No me dejaron leer y me pusieron un revólver en la cabeza. ‘Mirá pibe, firmá o te levanto la tapa de los sesos, acá no estamos jodiendo’. Hice una firma desfigurada sin saber lo que era. A los 10 días me pasaron a la UP1, la penitenciaría de barrio San Martín. Yo había nacido a tres cuadras de ahí”.

Al tiempo pasó por La Ribera y luego al penal de La Plata, junto a otros presos políticos. Allí comenzó a idear su libro, el que escribió muchos años después.

“Estuve detenido desde el 13 de diciembre de 1976 hasta el 13 de diciembre de 1980”, dice hoy, sentado en un bar en el centro de Carlos Paz. A pocos metros de allí, de ese bar, su voz se escuchó fuerte junto a la de sus compañeros del coro en los años más oscuros de la historia del país. Además de Alfredo, hubo otros perseguidos. Sus hijos fueron vigilados durante años. El coro ensayó un tiempo más tras la detención de Alfredo pero los vigilaban y suspendieron la actividad. El director José Luis Pinczinger vive en Hungría.

El mensaje de Luján es concreto: la educación y la cultura son fundamentales para los pueblos. Sin ellos, no hay posibilidades de crecimiento ni de igualdad entre los habitantes de un país.

Alfredo, el coreuta militante.