PhoTortul 1900
“De todo en lo de Luengo”
Av. Cárcano – Villa Independencia – V. C. Paz
Invierno 2020
Especiales de Hiemacar
Arquitectura Episodio #07

Entrega siete del Rescate Patrimonial, junto a Hiemacar, tanto en temas edilicios como en materia de recuerdos de Villa Independencia.
Ladrillos y vivencias
Casonas y nostalgias.
Memoria viva.

Y si, dije memoria viva, porque dejo el Chalet ‘La Fermina‘, y cruzo la peligrosísima ruta en este raro año 2020, de la mano virtual (por la magia de wasap en mi celu) de mi nueva ‘Amiga’ Alejandra Elena, desde Buenos Aires, sobrina nieta de Don Custodio Maturana, que me cuenta: “Yo soy del 58, calculá que solo iba a ‘La Fermina‘ en el mes de enero y en julio con la feria judicial que tenían mis padres, sobre todo cuando era chica porque ya después en la juventud y cuando comencé a trabajar, ya solo iba a pasar las fiestas, por lo cual mis recuerdos son acotados”.

Como ya tenemos de frente el viejo almacén de la Familia Luengo, devenido en taller, listo para mi foto, le pido a Alejandra recuerdos de su infancia… y brotan como una vertiente serrana:
“En el Almacén de Luengo estaban Clemente y su señora Georgina.
Recuerdo la cantidad de  veces que cruzábamos al almacén, mirando para cada lado de la ruta, porque los autos bajaban como locos.
Era toda una travesía cruzar.
Recuerdo el mostrador frente a la puerta que hacia una L hacia adentro, una vitrina sobre la esquina llena de cosas, lápices, pilas, hormas de queso, una mezcla de cosas y olores. Era de ramos generales, así que cualquier cosa que fueras a buscar… ahí estaba.
Detrás del mostrador siempre estaba  Don Clemente o la Señora… y si no estaban venían de la arcada del fondo que daba a su casa.
El almacén era un lugar grande, pero siempre muy oscuro, ahora recuerdo que no había muchas ventanas.
Frente al mostrador estaban las estanterías con las latas de galletitas. Me acuerdo que al comprar azúcar, te la envolvían en un papel grisáceo, no existían las bolsas, ni de nylon, ni de papel.
Mi abuelo Custodio, cruzaba a comprar salamines picantes que, como no podía comerlos, los escondía en su garage”.

Había un hijo que vivía con ellos: el ‘Nenún‘.
Nenún era un ‘chico grande’, con capacidades diferentes, lo cual en aquella época era un tema, ya que no había las herramientas que existen hoy.
Él se ponía muy contento cada vez que alguno de nosotros entraba y enseguida venía con su constante balanceo a saludarte. Se paraba en la galería del almacén y cantaba.
Mi papá le regaló una quena, así que después lo escuchábamos tocándola.
También recuerdo que tenía un trompo de madera con el cual jugaba un montón.

Miro la construcción, despido imaginariamente a mi nueva Amiga Virtual y me conecto telepáticamente (esto ya mete miedo) con Jorgito Luengo que está del otro lado del charco, pero no del San Antonio, sino del Atlántico, en España.

El Almacén de sus abuelos ‘lo puede’ y me lo pasa por escrito (lo de la telepatía es verso):

“Hola Luis, me mata esa foto del Almacen de mi abuelo Clemente.
En esa arcada que hace esquina en la antigua galería funcionaba el correo, bajo esos árboles y en la galería era el bar para el vermout, en el portón que se sale de cuadro a la derecha estaba la bomba de nafta, debe estar aún la tapa de fundición en el suelo, y a la derecha la cancha de bochas y el juego del sapo.
Los Porteños, los Doctores… se sentaban bajo la arboleda a leer y tomarse algo.
Mi abuela Georgina Dou, nos hacía los sándwiches y la coca cola mediana era la moda.
En la parte de atrás  hay otro edificio de 2 plantas, arriba funciono el primer hotel, luego se edificó el Hotel Independencia”.

Jorgito se queda embalado con mil recuerdos más del Almacén de Ramos generales, bien de campo, posta casi única entre Córdoba y Villa Dolores, compitiendo con el incipiente Pueblo Carlos Paz y con Copina.

Bombachas de gaucho, comida, herramientas, Alpargatas si (libros no), vino a granel… sombreros… y hasta acopio de mica, que Don Luengo hacía comprándole a todo el criollaje de la zona, para procesar y vender en Alta Gracia para la industria eléctrica.

Y cierra: “Mi papá era Ennio Cesar Luengo, mi tía Edith, y el recordado Nenún era ‘El Gordo’ Jorge Luengo, todo un personaje del barrio con su discapacidad”.

Del Nenún  también se acuerda Marcelito (hoy Marcelo) García, que se cruzaba con sus hermanitos Héctor y Daniel (La Garza para mi) en busca de tesoros del almacén, que ellos mismos agarraban de las estanterías, embolsaban y pesaban… para que los Luengo solamente les cobren con total confianza. A fin de cuenta, eran los rubiecitos nietos de Don Tomassoni, del chalet del frente.

Entre tantos recuerdos, miro la construcción y recuerdo que Hiemacar me pide una mínima descripción de lo edilicio.

Veo que funciona ahora un Taller Mecánico y que luce bastante modificado.
Siento que estoy en problemas descriptivos y me pregunto… ¿Quién podrá defenderme?!?

-Yo… ¡el Arquitecto Giardina!!!
Me dice mi Amigo Gustavo, teletransportado con unas calzas rojas, pantaloncito de tenis arriba, raqueta y Wilson en mano y sendas antenitas de vinil parecidas a las del Chapulín… y se despacha: “La casa, cuya techumbre de chapa sigue los lineamientos de una arquitectura inglesa, típica de los ferrocarriles, posee una galería con arcadas con piedra presumiblemente de la zona y teja hispana, lo que claramente muestra el eclecticismo de la misma.”
“Hoy la galería fue cerrada con dudoso criterio, ya que conviven en una misma vivienda elementos de distintas corrientes arquitectónicas, aunque sin perder el lineamiento del chalet californiano típico de la zona”.

Le doy las gracias al Arquitecto-Tenista, que se desvanece yendo a la red… y casi que siento que la misión está cumplida, cuando de la cercana calle Las Verbenas veo (o imagino) bajar a una niña de cabellos negros como la noche del valle, y una sonrisa igual a la que supe ver en el Concejo Deliberante en los años del Pipo Conde.

Es la Silvita Monti, con sus recuerdos de infancia en torbellino: “El almacén de Luengo, lugar mágico en La Villa, con su juego de sapo en la entrada al que le tirábamos unas fichas pesadas de bronce que nunca entraban en la boca de la ‘vieja’ desdentada y horrorosa del soporte frontal del juego. Luego entraba y pedía a Don Luengo lo que mi Mami me encargó: azúcar… polenta.”
“Me encantaba mirar esos frascos de  vidrio donde guardaba los caramelos de gomita, y esa balanza con pesas de bronce de diferentes tamaños, equilibrando el peso. Había días que pasaba a buscar una caña con anzuelito para las mojarras que pescaría en ‘el pocito’ y freiríamos para el vermouth del mediodía.
Recuerdos cálidos de verano y dulces de la memoria de mi villa”.

Se va la Silvia, Concejala radicheta (Mandato Cumplido), saltando con una mezcla rara, entre la piba de Dánica Dorada… y su hija Magui Nieto en un pentatlón.

Me queda un dato anecdótico, casi bizarro, que uno de los colaboradores en esta miscelánea de recuerdos me contó… pero dudaba si daba o no para incluirlo. Yo decreté que en este Macondo que es la Villa Independencia… todo es contable porque lo real y lo onírico se misturan… y se confunden entrañablemente.
Y el relato dice así:
“Esto te lo cuento a vos, Luis, como anécdota, no se di da para publicar, pero Nenún tenía la costumbre de abrir las latas de galletitas, en aquella época no existían los paquetes, las sacaba, las chupaba un rato y las volvía a poner en el recipiemte. De más está decirte que lo único que no comprábamos eran galletitas”.
Nenún era un ‘bebé gigante’… y ha pasado medio siglo.
Travesura inocente… y prescripta en todo caso.
Además esas galletitas rellenas eran (y son) una tentación.

Y Yo siento que esto se hizo largo.
Pero bueno… Ustedes entienden… había ‘de todo’ en el Almacén de los Luengo, y a mi me toca recopilarlo.
Me voy a comer una galletita Oreo… no sin antes revisarla… por si en mi casa hay algún ‘Nenún’.

#ElAlmacenDeLuengo
#HiemacarTomaSiete
#PatrimonioArquitectonico