Chernóbil y el territorio del miedo

Por Daniel R. Moreno. Hace ya algunos meses, la cadena televisiva HBO logró elaborar un producto audiovisual que cautivó, tanto por su temática como por su fotografía, sonido y actuación, a grandes porciones de una teleaudiencia huérfana de Game of Thrones.

Si bien la serie juega explícitamente con un espíritu rusofóbico, y se enlaza con un clima de época en donde las producciones de “Mass Media” juegan un rol harto importante en la construcción de sensibilidades políticas, el objetivo de este texto no es analizar dicho conjunto de elementos, sino más bien indagar en la génesis de elementos sentimentales que buscan consolidar en el mapa del miedo o del terror.

El miedo ha sido – y es – parte constitutiva del territorio de lo político (pensado en su versión político-partidaria como en su visión relacional, dígase: toda relación humana es
política). Nos da razones para reforzar lo inherentemente nuestro, y por tanto lo taxativamente ajeno.

En un plano político-antropológico ese “Otro” construido en oposición a nosotros, a
nuestra seguridad, es el terror encarnado y personificado; un terror que actúa y nos
somete, y por otro lado, nos moviliza en defensa de lo propio.

Históricamente, podemos pensar primeramente que el terror habita en los umbrales de lo
desconocido, que acecha fuera de nuestro terreno de existencia. De no ser ese el caso, si
estuviese entre nosotros aquello que aterra, lo consideraríamos un agente externo
infiltrado o impulsado por una misión disruptiva externa a la comunidad donde se
inserta.

El elemento terrorífico nunca es parte integrante de la comunidad.

“Chernobyl” y el terror nuclear nos interpela de una manera distinta a cualquier método
o práctica del ejercicio político del miedo.

¿De qué hablamos cuando lo atómico, lo nuclear, lo invisible es nuestro referente del
miedo?

El desarrollo de la tecnología atómica – que surge del proyecto Manhattan en medio de
la Segunda Guerra Mundial – a diferencia de otras producciones humanas del terror,
carece de un sesgo pedagógico. Está falto de aquella matriz proscriptiva y prescriptiva
que tenían, por ejemplo, otros dispositivos del miedo como los cuentos de Mama Oca o
los compilados de cuentos folklóricos de los hermanos Grimm.

A fin de cuentas, lo nuclear surge como un dispositivo de muerte, un artefacto pensado
para la destrucción. Toda su genética, y su utilidad guarda esa marca de origen. La
manipulación de átomos en este contexto es una obra de los deseos más bajos y
subterráneos del ser humano: la posesión del derecho de vida y muerte.

Marcado por dicho tinte, el control de energía a partir de la manipulación de la
composición elemental del universo no es otra cosa que la necesidad egocéntrica del
reemplazo de Dios – o cualquier alteridad superior a lo humano – en pos de un mundo
plenamente antropocéntrico y antropocrático.

Sobre todo aquello que existe gobierna la voluntad humana. Esto rompe con cualquier
sistema simbiótico de relación entre sujeto y objeto, entre cultura y naturaleza. Entre eso
que es tecnología y aquello que es medio ambiente

Hoy, Agosto de 2019, con la escalada de agresiones geopolíticas en la búsqueda de
consolidar hegemonías nuevamente, con la llamada guerra comercial, con la ruptura del
pacto de desarme nuclear entre Rusia y EE.UU, retrotraemos la historia al pánico e
ironía que despertó Dr. Strangelove.

¿Cuánto de nosotros como sociedad es un potencial del dolor y del terror? ¿Cuánto
somos conscientes de la interioridad de dicha característica?

El miedo, que antes residía en las fronteras de lo imaginable, hoy es plenamente
humano y hemos desarrollado como sociedad un entramado de terror que no se
caracteriza ya por lo extraño, lo ajeno, sino que se adjetiva mediante nuestro deseo
irrefrenable de control sobre el universo.

El desastre que se dibuja en la serie Chernóbil debería indagarnos sobre nuestra relación
con la naturaleza y también con nuestra realidad simbólico-tecnológica. Con ese deseo
de control absoluto y de destrucción total.

El territorio del miedo es lo humano, y su dispositivo y vehículo somos las personas y la
sociedad.

 

Daniel R. Moreno es Profesor en Historia. Docente de Nivel Medio y Profesor Adscripto de la Cátedra de Historia de la Cultura General – FFyH/UNC.