Dígannos nostálgicos. No nos molesta. Al contrario, nos envuelve una sensación que entrelaza la emoción a flor de piel con el recuerdo de aquel grito colectivo que irrumpía en las calles a principios de los años ochenta. Un cántico, una bandera, un emblema partidario —sin importar la agrupación ni la ideología— eran señales de un país que despertaba.

Quienes fuimos testigos del renacer de la democracia en Argentina conocemos ese pulso. Lo vivimos en carne propia: en las calles, en las plazas, en los barrios, en cada rincón de un país que intentaba dejar atrás los años oscuros de la represión, el silencio impuesto, las torturas y los crímenes de Estado.

Quizás por eso lo que ocurrió este domingo, con la paupérrima participación ciudadana en las elecciones para Defensor del Pueblo, duele aún más a quienes atravesamos todas las etapas desde aquel amanecer esperanzado hasta este presente que parece teñido de apatía, desconfianza y desentendimiento. Más que desinterés, lo que se percibe es hartazgo.

A esto se suma el abandono total del rol que debió haber cumplido el Estado municipal como garante de la difusión del acto electoral. No hubo una sola campaña, ni avisos en la vía pública, ni acciones que acercaran la información al vecino. Nadie explicó que la elección era obligatoria, ni que su participación era vital para legitimar un organismo que, aunque lleva el nombre de “Pueblo”, parece cada vez más alejado de él.

Es a la clase dirigente de Villa Carlos Paz a quien le corresponde la autocrítica. Es esa dirigencia la que deberá promover los cambios necesarios para que la ciudadanía vuelva a confiar, para que los espacios de participación dejen de ser ocupados por los mismos nombres que se repiten, inalterables, desde hace dos décadas.

El dato es crudo, y duele: se invirtieron 150 millones de pesos en una elección en la que votó menos del 20 % del padrón. El candidato que resultó electo obtuvo apenas el 34 % de ese escaso 17 % que participó.

La Carta Orgánica creó la figura del Defensor del Pueblo como un canal de diálogo entre los vecinos, las autoridades, las empresas de servicios y otras instituciones. Pero nadie le preguntó al vecino si realmente necesitaba ese canal, o si no bastaban ya los espacios existentes como el Concejo de Representantes o el Tribunal de Cuentas, donde también es posible participar, proponer y controlar.

Hoy, más que nostalgia, lo que sentimos es preocupación. Porque si la democracia se vacía de contenido, deja de ser un espacio de todos para convertirse en un formalismo sin cuerpo y sin alma.

Ilustración: Alejandro Barbeito.