Juan Pablo (último a la derecha), junto a Cecilia y Sebastián

Juan Pablo D’orto pasó seis años entre un monasterio en Brasil y otro en Austria. Al abandonar la Iglesia, formó pareja con Cecilia y luego ambos abrieron la relación. Hoy son una familia poliamorosa con cuatro adultos y un hijo.

De acuerdo con lo informado por CLARIN, Juan Pablo D’orto tiene tres parejas (Cecilia, Florencia y Sebastián) y un hijo. “Soy felizmente poliamoroso, convencido bisexual y eventual crossdresser”, explicó.

Pero antes de vivir y criar en el poliamor hubo otra historia, una que poco tenía que ver con la apertura que hoy rige sus días: durante seis años fue monje de clausura en un monasterio en San Pablo, Brasil.

Actualmente no se identifica con ninguna religión. Sin embargo, aseguró a Clarín que algo de lo que lo convocó al mundo de la fe hoy sigue vigente: “Yo me sentía muy atraído por aprender sobre el mundo y mejorarlo. Dejé el monasterio y la Iglesia, pero no la búsqueda personal que me llevó allí. Simplemente la continué por fuera de los límites que te pone la institución”.

Sus días como monje de clausura

D’orto no se sentía a gusto con las clásicas actividades de la adolescencia. No le atraían los boliches ni los dilemas de esa etapa. En ese contexto inició una búsqueda personal que, durante más de un lustro, encontró su lugar en la religión.

“A mis 15 años tenía muchas ganas de cambiar el mundo y de aprender. Como era bastante facho entré a una agrupación católica que se llamaba Tradición Familia Propiedad. Un año después, cuando terminé la secundaria, comencé a participar más seguido en sus reuniones y un grupo de personas me ofreció dedicarme a la investigación en un monasterio bajo la Regla benedictina. Así que con 16 años comencé a dedicarme entero a la vida religiosa”

En aquellos tiempos sus intereses pasaban por estudiar historia, política, filosofía y teología en un monasterio en medio de la selva brasileña.

“Lo que me pasaba era que me aburría lo que en la Iglesia llamábamos ‘el mundo’. ‘El mundo’ es, para la cosmovisión de la religión, todo eso que implica vivir apurado para buscar fama, dinero o poder. En mi adolescencia ‘el mundo’ era apasionarse por el fútbol o la noche, vivir pendiente de gustarle a otro y todo eso me embolaba terriblemente”, remarcó.

“Cuando me di cuenta que en un monasterio podía encontrarme con personas que se dedican casi todo el tiempo a la lectura, al debate y al crecimiento sentí que había hallado mi lugar”, explicó.

Juan Pablo en el monasterio junto a su confesor

La salida del monasterio

Mucho tiempo después la vida en el monasterio dejó de cubrir sus inquietudes y Juan Pablo comenzó a dudar de su fe. “Durante seis años me dediqué a participar no sólo como monje, sino como militante de la Iglesia en casi todos sus espacios (laicos, políticos y eclesiásticos). Pude entender a fondo sus mecanismos de influencia y sus controles. No es que me fui del monasterio porque estaba alejado de la sociedad, justamente esa fue la razón por la que entré. La decisión de irme fue parte de la misma búsqueda que me llevó a entrar. Hubo un momento en que me dí cuenta de que tenía que continuarla por afuera”.

De esta manera,  rearmó su vida por fuera de la Iglesia. “Irónicamente, aunque estaba dejando la religión, esas semanas fueron momentos bastante religiosos, porque me fui despidiendo y haciendo un duelo por las personas que habían muerto y que creía volver a ver en algún momento. Fui enterrando a todos mis maestros, arrancando por Cristo y mis superiores en el monasterio. Me dí cuenta de que nunca volvería a verlos, ni a verle la cara a Cristo, ni a los santos, ni a nadie bueno o malo que me haya cruzado en esta vida”.

Mientras las piezas del rompecabezas se acomodaban, de regreso a Argentina, quien había sido su mejor amiga en la escuela secundaria pasó a ocupar un nuevo rol. “Cuando salí del monasterio me reencontré con Cecilia caminando por la calle y, entre charlas, me di cuenta de que no sólo la admiraba y la quería como siempre, sino que también me gustaba, que estaba enamorado de ella, de su cariño, su inteligencia y su audacia. Así que nos pusimos a salir apenas salido de la Iglesia”.

Y  añadió: “Empecé a mirarla no como una esposa en el sentido religioso, sino como una compañera. Supe que algún día ella se iba a morir y yo también, y que todo esto tan hermoso que tengo con ella iba a acabarse. No hoy o mañana, sino que en algún momento, todo esto se iba a terminar. Y ahí comenzó a resignificarse mi vida, pero de una forma muy diferente. Ya no siento que estemos en una prueba para otra vida mejor en el paraíso. Ésta es la vida, la última, la única. Todo tiene que ocurrir aquí. Quien soy, debo serlo aquí”.

Familia poliamorosa

Ya en pareja con Cecilia el objetivo del vínculo era vivir “sin ningún tipo de prohibición”. “Nunca se nos pasó por la cabeza que nuestra pareja estaba para obstaculizar o sabotear nuestro crecimiento, pero tampoco habíamos llegado a hablar de la posibilidad de ‘abrir la relación’, frase que hoy está bastante aceptada pero que en aquella época no se conocía tanto”.

“Tuvimos que ir poniéndole nombres a las cosas, pero primero hubo que atravesar todos los prejuicios que hay sobre las relaciones abiertas”, admitió.

En ese momento, para ellos eran más las preguntas que las respuestas. “Las personas que buscan abrir la pareja disfrutan de un espacio de autonomía y apoyan a que su pareja también la tenga. Es exactamente lo contrario de buscar separarse o ser infiel. Pero nosotros no teníamos ningún apoyo y hubo que ir encontrando el camino al andar”, dijo el exmonje.

Cuando lograron acomodar sus ideas y emociones supieron que lo que ellos querían era ser una familia poliamorosa. Con el paso de los años, el deseo se convirtió en realidad: hoy Juan Pablo convive con sus tres parejas y su hijo en su casa de la ciudad de Ranelagh. Además, junto a Cecilia dirige un espacio de escucha y acompañamiento para quienes pasaron o pasan por el proceso de abrir la pareja (en Instagram son @relacionesa).

“Somos una familia como cualquier otra, tenemos que repartirnos las tareas del hogar y nos apoyamos en los sueños y deseos que tenemos; obviamente, también tenemos nuestros conflictos de convivencia”, destacó. Y marcó una característica fundamental dentro de su relación: “Nosotros no ‘toleramos’ que los miembros de nuestra familia tengan otros vínculos, los ‘apoyamos’, que es mucho más que tolerar”.

Según destaca el mencionado medio, al describir cómo es paternar en el poliamor admitió: “¡Es hermoso! No tengo experiencia criando en monogamia, pero me imagino que debe ser igual. Nosotros aprendimos a estar bien coordinados, que tal vez es lo más difícil entre los cuatro, aunque nunca tuvimos muchas opiniones diferentes respecto a la crianza”. Además, destacó lo positivo de “tener un colchón donde caerse” cuando la famosa tribu necesaria para criar está dentro mismo de la casa: “No es lo mismo criar en soledad teniendo dos trabajos, que criar como parte de un equipo que se apoya”.

 

Fuente y foto: CLARIN