Neil Harbisson nació con acromatopsia, veía el mundo gris, y por eso se injertó un dispositivo en el cráneo con el que distingue colores a través del sonido. En una entrevista con Infobae, contó cómo convive con su “nuevo órgano” y avizoró un futuro cyborg.

Según destaca Infobae, en sus primeros años de vida, tras una visita al oftalmólogo, Neil Harbisson fue diagnosticado con daltonismo. A los 11 años le hicieron un test que llegó a su condición precisa: en realidad, Harbisson tenía acromatopsia: percibía el mundo en una escala de grises. Allí surgió su curiosidad por entender qué son los colores, cómo es que se ve el rojo, el azul, el verde; algo ajeno a su mirada natural. La música se convirtió en la solución, las teorías que establecen que hay un vínculo entre los sonidos y los colores le servían de respaldo para experimentar.

Si bien nació en Barcelona, su formación académica la hizo en Inglaterra, en la Dartington College of Arts, donde estudió composición musical. Un día, el profesor Adam Montandon, que como él estaba interesado en las extensiones sensoriales a través de la tecnología, fue a dar una conferencia a la universidad. El estudiante le contó de su acromatopsia y empezaron juntos un proyecto para ampliar su capacidad, para distinguir los colores como un ser humano promedio.

“Ahí surgió la idea de convertirme en un cyborg. Empecé a explorar las posibilidades de fusionar la tecnología con el cuerpo humano como experimentación artística y para ampliar nuestras capacidades sensoriales. Mi interés en la percepción de los colores y mi deseo de experimentar con la música y las experiencias auditivas fueron factores clave”, dijo Neil Harbisson, el primer cyborg reconocido como tal por un gobierno (el británico), en la entrevista con Infobae.

Con la decisión tomada, Montandon creó un software que transpone colores a sonido. Por más incómodo que suene, Harbisson empezó a usar una cámara adjunta en su cabeza que se conectaba a una computadora de 5 kilos que llevaba en una mochila y que ejecutaba el software. A ese dispositivo le agregó un par de auriculares para “escuchar los colores”. En un principio debió memorizar qué sonido significaba cada color, pero al cabo de un tiempo automatizó esa información. “Después de unos meses, el color se convirtió en un sentimiento, comencé a tener colores favoritos”, escribió en un ensayo.

Consultado por su vida cotidiana con una antena en la cabeza, el joven admitió: “Al principio la incorporación de la antena en mi vida ciertamente presentó algunos desafíos. Adaptarme a tener un nuevo órgano conectado a mi cabeza y percibir el mundo de una manera completamente nueva lleva tiempo. Pequeñas tareas diarias, como entrar en un coche con techo bajo o ponerme una camiseta o un sombrero, se volvieron un poco complicadas al principio. Sin embargo, con el tiempo, me acostumbré a ellas y desarrollé estrategias”.

“Una vez diseñada la antena, decidí también dejar de usar mis oídos para escuchar los colores y empezar a usar mis huesos. Los huesos son como la madera, pueden usarse para conducir el sonido, por lo que en lugar de usar nuestro esqueleto únicamente con fines estructurales, todos podríamos usarlo para ampliar nuestra percepción del sonido agregando nuevas entradas de audio”, destacó.

Aún faltaban un par de mejoras más. Pensó en usar su cráneo como amplificador de sonido y, para ello, desarrolló una corona con salidas de audio. De ese modo, su cabeza se convirtió “en una caja de resonancia” en la que el sonido vibraba a su alrededor. Luego redujo la corona en un molde de metal que le colocaron en la parte posterior de la cabeza. En esa misma zona le adosaron un chip encargado de enviar sonido a su hueso occipital, lo que redundó en mejor diferenciación del sonido, aunque él quería más. Pretendía perforar la antena en su cráneo para que el dispositivo y su hueso se fusionaran.

La búsqueda de un cirujano dispuesto a hacer el implante no fue sencilla. Harbisson presentó la propuesta a un comité de bioética que la rechazó inmediatamente por el riesgo que implicaba a su salud, por ir además en contra de la naturaleza humana.

Después de dos años pudo dar con un cirujano que hizo la operación e introdujo la antena en el hueso occipital superior. El posoperatorio le demandó cerca de dos meses, le costó sanar la herida y acostumbrarse al implante, pero ahora asegura que su antena y su hueso se fusionaron y que su percepción se elevó a otro nivel.

“Si alguien toca la punta de la antena lo puedo sentir como si alguien me estuviera tocando los dientes o las uñas. Mi sentido del equilibrio también se vio alterado, me siento desequilibrado si la antena no está recta y el haberme perforado la cabeza cambió mi sentido de conciencia”, detalla.

Los colores que percibe Harbisson en “New York, New York” de Frank Sinatra

Harbisson  explica: “Entiendo que mi decisión de convertirme en un cyborg puede resultar inusual o incluso desconcertante para algunas personas. Mi objetivo siempre ha sido explorar las posibilidades de la tecnología para experimentar los límites de nuestros sentidos y expandir la forma en que percibimos el mundo. Respeto la variedad de reacciones que eso puede generar. En última instancia, creo que la aceptación y comprensión de las modificaciones cibernéticas seguirán evolucionando a medida que la sociedad avance en su comprensión de la relación entre la tecnología y la humanidad”.

Harbisson hoy tiene 41 años y ya lleva media vida como un cyborg. Se define a sí mismo como la unión de un humano y la tecnología. Para él no hay diferencia entre su antena y cualquier órgano de su cuerpo. Es uno más del puñado de cyborgs que hay en el mundo, quizás el que mayor relevancia tomó. Para muchos, el primero de la historia. Para otros, el primer artista cyborg, proclamado creador de un nuevo movimiento artístico en que se plasma la unión entre el cerebro y la tecnología. “Modificar el cerebro es mi obra de arte”, remarca.

Desde su conversión en un cyborg, su arte se basó en su nueva percepción de la realidad, en reflejar los colores que escucha cuando la antena se activa cada vez que observa a una persona, una ciudad, un objeto, tanto en la pintura como en la música, sus dos áreas de especialidad.

 

 

Fuente y fotos: Infobae