Por Mónica Manrique. Inadvertido, se erige un pequeño monolito en la Ciudad Universitaria cordobesa, en los predios de la Facultad de Filosofía y Humanidades, frente a “La isla de los Patos”. Impreso en piedra se lee “La Universidad de Córdoba a sus ex alumnos ilustres que se distinguieron en la Revolución y en la Independencia de la Nación hasta 1820, en el 150 aniversario de la Revolución de Mayo, 1810-1960”.

Su origen es incierto, salvo que se erigió bajo el rectorado de Jorge Orgaz. Sesenta y seis nombres recuerdan a los universitarios que fueron parte de la gesta revolucionaria que conmovió a Córdoba de manera distinta que a Buenos Aires. No fue la Córdoba revolucionaria, sino la contrarevolucionaria, salvo por unos pocos que seguían al Deán Gregorio Funes.

Juan José Castelli, Juan José Paso, Pedro León Gallo, José Ignacio Gorriti, José María Paz, Dalmasio Vélez Sarsfield, Pedro Pablo De Vido, José Norberto De Allende, Tomás de Allende, Gregorio Baigorrí, José Eusebio Colombres, Miguel del Corro, Francisco Delgado, son algunos de los nombres impresos en la piedra desgastada por el tiempo.

La flamante universidad mantuvo un silencio prolongado durante 1810 frente al hecho revolucionario por los enfrentamientos en el interior de la casa de estudios.

Hacia 1810, Córdoba registraba diez mil habitantes y la universidad estaba en poder de los franciscanos – los jesuitas habían sido expulsados en 1767- que contaban con el respaldo del dictamen virreinal. El 11 de enero de 1810 se realizó la asamblea o claustro de doctores, licenciados y maestros, para elegir al nuevo rector en reemplazo del Deán Funes, quien concluía su mandato y no podía ser reelegido. Con la asistencia de 42 asambleístas y el voto a favor de 38 resultó electo el obispo de Córdoba, Rodrigo de Orellana, del Consejo de su Majestad.

La conspiración

El Obispo Orellana estuvo a cargo del rectorado hasta el 30 de mayo en que asistió por última vez a sesión del claustro y comenzó la conspiración contra la gesta revolucionaria iniciada en la semana de 21 de mayo. El 4 de junio llegó a Córdoba la noticia oficial de la revolución y el grupo contrarrevolucionario actuó bajo las órdenes de Liniers, quien huyó al norte. Todos los líderes fueron capturados por las tropas al mando de Ortiz de Ocampo y fusilados, salvo Orellana, por pedido expreso del Deán Funes.

Las sanciones a los revolucionarios

El gobernador Juan Martín de Pueyrredón tuvo a colaboradores universitarios como Santiago González, Rivadavia, que debió renunciar a la cátedra de Cánones por haber aceptador el cargo de secretario de Gobierno. Juan Antonio Sarachaga reemplazó a Rivadavia y su adhesión a la revolución le valió una multa por parte del claustro lo que motivó su alejamiento de la cátedra de Leyes de Toro. Alejo Villegas doctor en Teología recibió sanciones por haber aceptado la secretaria de Gobierno de la intendencia.

Sólo 66 universitarios adhirieron a la Revolución de Mayo y hoy transitamos por calles que llevan sus nombres.

Hoy, intervenido con graffitis, no se puede leer lo que esconde esa vieja piedra de mármol. Apenas, la historia cordobesa, que a nadie interesa.

Durante el mes de junio de 1810 se suspendieron las actividades en la Universidad de Córdoba. Nuevamente con el Deán como rector y desparecido Orellana, se retomaron las actividades.

El rector Orellana se plegó a la contrarrevolución y su vicerrector Funes integró uno de los primeros gobiernos revolucionarios “La Junta Grande”.

La gestión del Deán Funes se desarrolló en soledad por su ideología iluminista no compartida por la elite cordobesa. Hay que recordar que la Real Cédula de 1800 que elevara la de Córdoba al rango de Universidad Mayor recién se aplicó en 1807 cuando el virrey Sobremonte cae en desgracia.

Sin embargo, en los claustros existieron apoyos espontáneos de estudiantes y docentes que se unieron al ejército en su marcha hacia el norte a enfrentar los bastiones del poder español en el Alto Perú.

Revolución y contrarrevolución

En la noche del 30 de mayo, Melchor Lavín llega a la casa del Deán Funes con cartas de Cisneros para el gobernador Santiago de Liniers. En la casa del gobernador Gutiérrez de la Concha se convocó a una reunión de notables cordobeses para informar acerca de las novedades revolucionarias y sólo el Deán Funes manifestó su reticencia para defender a las autoridades, mientras el rector de la Universidad Orellana se mantuvo alejado. Defendía a la corona española.

Sobre de la Revolución de Mayo y la Universidad de Córdoba, Ceferino Garzón Maceda señala que “en ninguna de las sesiones del claustro se advertía la más leve referencia a los acontecimientos que conmovieron a Córdoba y el país”.

Y continúa: “El gremio de doctores y maestros aparece ajeno a la Revolución”.

Otras opiniones como las de Damaso de Uriburu describe “que los que más se distinguían por su entusiasmo eran los doctores y estudiantes: los Funes, Allende, Issasa, que encabezaban el partido Popular y trababan la acción del gobierno español e inspiraban el desaliento en las tropas.”

La universidad se mantuvo en una actitud expectante por lo que Garzón Maceda se pregunta ¿Cómo explicar el silencio de la Universidad, del gremio universitario, ante acontecimientos que conmovían el orden establecido?

“La universidad seguirá siendo un reducto de la tendencia contraria a la primera revolución que se estableció en el nuevo gobierno” escribió Ambrosio Funes. Sin embargo, opiniones de historiadores como Francois Guerra tenían una visión distinta, afirmando que la actuación de los universitarios de Córdoba a favor del nuevo orden, dieron paso a la palabra y voz del pueblo”.