Hay pseudo escritores que han aprovechado minutos de acercamiento a algún artista famoso para editar sus propios libros en los que cuentan detalles nimios de esos encuentros armados para aprovechar ese roce con el aura talentosa de los genios.

Yo, que apenas me considero un cronista básico y me contento con eso, trato de alejarme lo más posible de aquellos a los que admiro, quizás para no enterarme de cosas que no tengan que ver con eso por lo que los admiro; me pasa con Dolina, me pasa con “el Diez”, y con Charly, con Charly también.

Y si bien estuve pocas veces cerca suyo, la presencia de su arte, de su música, ha sido tan constante en mi vida que lo siento como a alguien de la familia. Así, con sus contradicciones, con su ego a flor de piel casi siempre, con sus caídas, sus fallos y sus desplantes.

Mi hermana Mary, 15 años mayor, fue la primera que me hizo escuchar Sui Géneris cuando ese tremendo dúo fundacional de nuestro rock nacional ya se estaba despidiendo. Hoy, que Mary ya no está, las canciones de esos discos tan armónicos, sencillos y adolescentes, me la traen de nuevo de vez en cuando.

Charly es de los tipos que están presentes en nuestras vidas y quizás no dimensionan nunca de qué maneras y formas. Los que nos criamos escuchando sus canciones estamos atravesados por sus letras y melodías que siempre nos dicen algo de algún momento de nuestras vidas.

Tengo dos recuerdos vívidos de shows de García. El más reciente fue en un Cosquín Rock y lo tuve cerca casi todo el recital pero me perdí el momento en que subieron al escenario Pedrito Aznar y David Lebón y revivieron Serú Girán, una de las piezas claves de nuestro cancionero.

Ya había vuelto a carriles normales la relación con el productor cordobés José Palazzo, que tuvo momentos de peleas, de amores y desamores.

Y mi momento más cercano con el ídolo del rock nacional fue en Carlos Paz, en el Teatro del Lago. Charly había tocado más de dos horas en el primer show y a mí me tocaba cubrir el segundo, al día siguiente. Iba a ser mi primer recital de Charly y la ansiedad me ganaba. Llegué como dos horas antes al teatro a vivir la espera más cerca. Y fue aquella noche en la que Charly se enojó, tiró un par de instrumentos al piso y se fue diciendo: “No puedo tocar después de un payaso”. El payaso era Piñón Fijo, que vivía una gloriosa temporada en la ciudad. Muchos años después se encontraron en un cumple de Pedrito Aznar y tocaron juntos. Pero esa noche Charly estaba hecho un fuego.

Lo esperé con otros periodistas en la vereda del teatro y luego de largos minutos salió. Con mi grabador en mano y los nervios de punta me animé a preguntarle: “¿Qué pasó, Charly?”. Y mirándome, me contestó: “Palazzo es un pelotudo”. Subió a un auto y se fue.

Mi experiencia no es digna de ningún libro, ni siquiera sé si sirve para una nota periodística en tiempos en que todo está copado por la comidilla de la pelea entre un futbolista y su esposa vedette-modelo-empresaria. Lo que sí sé es que el artista que hoy cumple 70 años siempre nos dio lo que tuvo para dar, el talento de un genio que trasciende el tiempo y la época. Y como dice la frase: lo demás es puro cuento.