Ríos de tinta ya corrieron en los que se teoriza y habla de los efectos de la pandemia, del confinamiento y de lo que los miedos provocaron en nuestra psiquis y en nuestros cuerpos durante este 2020. Pero la singularidad siempre aparece para aclarar las cosas y lo vivido por la familia Tórtolo el mes pasado es digno de contarse.

Es un día de semana, de la semana pasada, y Ernesto Bosco Tórtolo (86) aparece detrás de uno de los arbustos de su jardín en el frente de su casa de la calle Yrigoyen. Todos en el barrio (y en Carlos Paz) saben de su pasión por las plantas, la que lo llevó a estar al frente durante décadas del vivero que todavía hoy lleva su apellido como nombre. En su jardín habla largo y tendido con una vecina que le pregunta cosas sobre las plantas. Se lo nota contento dentro de ese universo, de esa cuadra y de su gente. Adentro de la casa está Delcia Novaira (88), su amor de toda la vida. Ella no puede moverse con tanta facilidad pero su lucidez es asombrosa en estos meses de reclusión obligada y cuidados extremos.

Luis, el hijo mayor de la pareja, está en su estudio. Edita videos con la misma pasión con que su padre habla de plantas y se aferra a ese oficio que empezó de adolescente cuando se puso al hombro su  primera cámara de video y registró todo lo que ha pasado en Carlos Paz y la región en las últimas 3 décadas.

Laura, la menor, es, según ella, “la menos famosa”, pero, según todos, la que lleva la batuta del orden y las órdenes.

Desde hace algún tiempo, el matrimonio recibe la asistencia de personas que ayudan en los cuidados médicos y en los quehaceres de la casa. Luis y Silvia se turnan a diario para estar con los papás y que nada les falte en ningún momento del día.

La confirmación de que los cuatro integrantes de la familia estaban infectados con coronavirus fue un baldazo de agua fría. La edad de Delcia y Ernesto los pone entre la población más vulnerable a este mal que nos cambió el modo de ver las cosas. Y a los Tórtolo los cambió en todo.

“Tuvimos que vivir todos bajo el mismo techo”, dice Luis, y asegura que tanto él como su hermana volvieron a las mismas habitaciones que ocupaban de niños y que una noche, con la fiebre en el cuerpo, llegaron a reflexionar sobre eso. “Volvimos a esa etapa pero ahora nosotros tuvimos que asistir a nuestros padres”.

Una historia para contar

Laura es la que habla con más soltura de lo que vivieron los días de confinamiento extremo, de llamadas a los médicos de la familia y de mucho temor a que pasara lo peor. En su caso, su esposo y sus dos hijas también contrajeron el virus con lo que si bien estaba en casa de sus padres, tenía la atención puesta en la de su familia también.

“Una noche estábamos con mi hermano y el dijo: guau, pensar que acá dormíamos cuando eramos chicos. Es volver a la casita. Fue lindo volver a estar con él y compartir como cuando éramos chicos”, cuenta Laura y agrega: “Yo soy la más mandona. Soy como mi mamá, de armas tomar, soy la que organizo todo y medio que lo tenía a Luis al trote. Salvo cuando se nos revelaban los papís que tenía que pegar algún reto con su voz de hombre”.

 

 

Los días más difíciles llegaron con complicaciones en el estado de los papás Tórtolo.  “La mami con la fiebre estuvo muy obediente, tomaba sus medicamentos y se la pasaba durmiendo todo el día. Le atacó un poco los pulmones y casi llegó a tener neumonía pero estuvimos muy atentos llamando a los médicos y la controlamos a tiempo”, cuenta Laura y agrega: “Papá es más rebelde.  Esta enfermedad tiene picos para abajo y para arriba. Él estaba perfecto, se levantó y se fue a cortar el pasto. Y a la tarde se acostó y no se levantó por dos días. Estuvo dos días adormecido. Fueron momentos muy duros: dos noches en que mi mamá tosía mucho y mi papá se desvanecía, y nos desconocía. Dicen que el bicho hace eso, que la mente se nuble. Por momentos no nos conocía y después se reía de lo que había pasado. Sigue al día de hoy siendo duro porque se niega a tomar los medicamentos”.

Laura asegura que si bien ya están de alta, los efectos se sienten todavía. “Los siete quedamos muy débiles. En casa somos todos deportistas: juego al hockey y mis hijas también y mi marido juega al padel. Pero te sentís cansado, con un cansancio general del cuerpo”.

Vencer al virus

Para Laura, la explicación a que estén todos bien hoy tiene que ver con la carga viral que recibieron. “Los papis la pasaron porque la carga viral fue suave. Quiero creer que fue baja y por eso nos atacó así. A su vez, mis padres son dos personas adultas que son sanas y  que casi no toman medicamentos. Hasta el día de hoy mi papá se sube al árbol a cortar ramas y mi mamá con su bastón está haciendo las cosas de la casa como si nada”.

Y agrega: “Una noche, con mi hermano estábamos los dos estábamos tirados en las camas y él me mira y me dice: qué pasa si nos caemos nosotros. Es que mientras atendíamos a los papís,  en mi casa, donde estaba mi marido con mis hijas, una de mis hijas llamó para preguntarme qué hacía con el padre que se había desvanecido. Y no sabíamos qué hacer si no reaccionabamos nosotros. Mis viejos eran dos niñitos a los que había que atender: Se siente mucha impotencia. A esa frase le contesté: No, nosotros no nos podemos caer. Pero podría haber pasado. Es muy fuerte y raro todo esto”.