Las “postales navideñas” fueron pensadas en medio de la euforia de la conquista de la copa del mundo y teniendo en cuenta en el contexto que se daba y su proximidad con las fiestas. Para los que peinamos cana, o ya ni siquiera nos peinamos, el envío de postales para las fiestas era una tradición obligada para fin de año.

La primera postal es la del tradicional arbolito armado con el trofeo conseguido, guirnaldas de pelotas y héroes. Un arbolito inmenso para brindar debajo de se tronco de 6 kilos de oro.

 

La segunda postal me identifica por varias cosas, empezando por Messi y por algo que subyacía en cada mundial desde 1990, y era la frustración de las nuevas generaciones por las actuaciones del combinado nacional. Ya empezaban a desdibujarse los logros en las nieblas de los recuerdos, y hacían a convertirse en fábulas contadas en almuerzos domingueros donde los chicos murmuraban la dudosa veracidad de las anécdotas. Por eso aparece el Messi niño, que compartía el mismo sueño que nuestros hijos.

Leo arrancando de raíz lo que nunca dejo de sentir, su argentinidad, a pesar de las acérrimas críticas recibidas por sus ahora empalagosos aduladores.

 

La tercera es iconográfica al palo. Un pesebre de imágenes argentinas, ya universales, viendo nacer un nuevo icono.

Y por último “La gran muralla” del Dibu. Los penales atajados, pero por sobre todo la atajada al Kolo Muani, que significó la contención de angustias más grande de la historia moderna.

Como yapa va la última, que no fue publicada en su oportunidad, y quedó como un boceto. Pero ese día nos enteramos que casi todo el mundo estaba esperando la consagración de Leo, sobre todo esa humanidad humilde que sabe bien de magias y dioses.

¡Felices fiestas campeones!

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