El 10 de septiembre de 1819 se cumple 200 años desde que Manuel Belgrano cediera el mando del Ejército del Norte a Francisco Fernández de la Cruz con la Capilla de Pilar por escenario, una posta en el camino hacia el Río de la Plata, muy cerca del cauce del río Xanaes.

En “Historia de la Provincia de Córdoba”, Efraín U. Bischoff relata el adiós de Belgrano: “La despedida de sus soldados resultó emocionante. No había querido llegar a la ciudad de Córdoba para hacerse atender por un médico, y soportó las penurias de la vida de campamento, junto al Río Segundo.´Seguid conservando el justo renombre que merecéis por vuestras virtudes´, arengó a sus soldados.´Adiós, mi general. Dios nos lo vuelve con salud y lo veamos pronto´, le responderían sollozando”.

El Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba conserva el testimonio del prócer en una comunicación dirigida al gobernador de la provincia, Manuel Antonio Castro, que dice: “Debiendo salir para Tucuman con el objeto de recuperar mi salud, y a consequencia de permiso del Supremo Gobierno; he nombrado de General en Xefe al Señor Gefe de Estado Mayor coronel mayor don Francisco Fernandez de la Cruz, y de Xefe de Estado Mayor al señor coronel mayor, coronel del 2, don Juan Bautista Bustos: Lo aviso a Vuestra Señoría para su conocimiento. Dios guarde a Vuestra Señoría muchos años. Quartel General en el Pilar, a 10 de septiembre de 1819 (sic)”, seguidamente la firma de Manuel Belgrano.

Unos meses más tarde, el ejército se sublevó contra el poder central, encabezado por José Rondeau, quien había mandado reprimir a los caudillos federales Estanislao López y Francisco Ramírez. El episodio, conocido como el Motín de Arequito, ocurrió el 8 de enero de 1820.

El Ejército del Norte se puso bajo las órdenes del jefe de Estado Mayor, el cordobés Juan Bautista Bustos, quien el 24 de marzo de 1820 será elegido gobernador de Córdoba por elección de una Asamblea Constituyente, integrada por representantes de las distintas jurisdicciones provinciales. En 1821, Bustos aprobó el Reglamento Provisorio de la Provincia para el Régimen de las Autoridades, primera norma fundamental de la provincia de Córdoba.

Un punto de fe en el Camino Real

En el libro “Estudios de arte argentino. Las capillas de Córdoba” (Academia Nacional de Bellas Artes, 1988) hay una semblanza del oratorio construido en la estancia a la vera del Camino Real.

“Las capillas se constituían en algo así como postas obligadas para el descanso, como lugar elegido para materializar las promesas, pila bautismal y camposanto, porque toda la vida giraba sobre las rutas y el grupo humano reeditaba las caravanas de oasis a oasis, de aduar a aduar, como la de los pueblos caminantes que estaban ya dentro de los genes de lo hispánico, que incluía lo moro y lo cristiano”, dicen los autores Rodolfo Gallardo, Eduardo Moyano Aliaga y David Malik de Tchara.

La mayor cantidad de tales paradas se encuentra en la región del noroeste provincial, hacia donde se establecieron además las estancias que forman el conjunto declarado como Patrimonio de la Humanidad. También se construyen capillas coloniales en Pilar, Los Molinos y Tegua.

La estancia donde hoy se erige la Capilla Histórica de Pilar tiene su origen en una merced de tierras a favor de Diego de Loria Carrasco (1584). Según el libro citado, la devoción por Nuestra Señora del Pilar fue introducida aquí por José Sobradiel y Galligos, quien compró al Monasterio de Santa Teresa (1697) las tierras donde hoy está la capilla.

José Sobradiel y Galligos contrajo matrimonio con María Vélez de Herrera. Una vez, el hombre abandonó Córdoba en dirección al Alto Perú. Sus pasos se perdieron para siempre y no dejaron huella en el camino. Nunca más volvió a Córdoba.

“El oratorio en honor a Nuestra Señora del Pilar fue erigido entre 1698 y 1711, año en que se labraron los inventarios de bienes de doña María Vélez de Herrera”, sostienen los autores en “Capillas de Córdoba”. El 9 de marzo de 1714, la capilla obtuvo licencia para el culto público.

El oratorio

A raíz de la ausencia de su marido, María Vélez de Herrera quedó a cargo de la familia. Al parecer, la mujer contó con la colaboración de un capataz, Jacinto de Sosa, quien tuvo un papel clave en la administración de los bienes de la hacienda.

De acuerdo al testamento de María Vélez de Herrera, citado en “Estudios de arte argentino. Las capillas de Córdoba”, se construyeron un oratorio, casas, corrales y se dotó de aperos a la estancia.

María Vélez de Herrera respondió con gratitud la laboriosidad del capataz Jacinto de Sosa, a quien legó 12 caballos –“se los tengo dados por el amor y cuidado con que me ha servido y que mediante su asistencia se ha mantenido y conservado dicha hacienda”, testó la mujer-.

En adelante, la propiedad pasó por herencia a distintos propietarios. Francisco Ignacio de Cabrera, descendiente del fundador de Córdoba, Jerónimo Luis Cabrera, contrajo matrimonio con Zenaida Cabrera. Al enviudar, la mujer casó con Zenón López, fundador de Pilar.