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El arquitecto chileno Germán Valenzuela es docente de la Escuela de Arquitectura de Talca, una de las regiones más castigadas por el terremoto que sufrió el vecino país a principios de este año. Desde su institución comenzaron a elaborar proyectos con los estudiantes para colaborar en las tareas de reconstrucción de las ciudades devastadas por el sismo. Esta semana Valenzuela estuvo en nuestra ciudad invitado por el Colegio de Arquitectos junto a otros profesionales que participaban de un encuentro en la ciudad de Córdoba.

En una entrevista con La Jornada, remarcó que las comunidades tienen muy claro lo que necesitan. “Y si no lo tienen fácilmente expresado es porque no tienen las herramientas para poder construir esa expresión. Sin embargo cuando uno comienza a trabajar con la comunidad se da cuenta que el proyecto subyace en su discurso, por cuanto la educación debería estar enfocada en una parte importante a la gestión de esos proyectos”, dijo.

¿Cómo se articula la arquitectura con lo social?

La Escuela de Arquitectura de Talca no existía antes de que nosotros llegáramos en 1999. Y Talca es una región de Chile, muy extensa, muy rica en recursos naturales pero muy pobre en recurso sociales. Es una región que se dedica a la agricultura y de ahí surge su riqueza. Pero parte importante de esos recursos van a Santiago. Chile es un país altamente centralizado por cuanto la historia de la escuela está vinculada a la falta de recursos. El 80 por ciento de los jóvenes que concurren a esta universidad es la primera generación de estudiantes. Y provienen de familias vinculadas al agro o a los servicios en una ciudad que es muy pequeña. Entonces, la formación que entregamos tiene directa relación con ocupar de manera eficiente los materiales de los que se dispone. Lo que menos hay son recursos económicos.

Hay mucho de política en el trabajo del arquitecto…

Absolutamente. Sin política no hay arquitectura y sin arquitectura no hay política. Política en el sentido de cómo y para qué se usan los recursos: qué hacer y cómo ocuparlos.

En el accionar hay escuelas contrapuestas. Se piensa muchas veces en grandes obras y también está lo otro que es lo social…

A partir del terremoto hemos podido trabajar en conjunto con la comunidad y con las entidades gubernamentales que están desarrollando los planes de reconstrucción. Son escalas bastante grandes y hay ciudades como (Cauquene) que perdieron el 80 por ciento de los edificios. En una escala mucho más pequeña está la inserción de infinidad de proyectos muy pequeños que se construyen a partir del estudio de los alumnos del último año de la carrera que tiene que ver con la construcción de una pequeña obra. Todas éstas están vinculadas al mundo público y en un porcentaje altísimo a comunidades rurales o urbanas de escasos recursos.

Estamos en países en vías de desarrollo y muy contaminados por la corrupción. Cuando se habla de obra pública siempre hay plata que queda al medio. ¿Cómo se forma a los estudiantes para que esto no pase?

Tengo la impresión de que el trabajo del arquitecto es el del facilitador. Las comunidades tienen muy claro lo que necesitan. Y si no lo tienen fácilmente expresado es porque no tienen las herramientas para poder construir esa expresión. Sin embargo cuando uno comienza a trabajar con la comunidad se da cuenta que el proyecto subyace en su discurso, por cuanto la educación debería estar enfocada en una parte importante a la gestión de esos proyectos. Muchas veces pasa directamente por un buen vínculo con la comunidad: entre los colegios profesionales, los municipios o directamente los arquitectos. Creo que se puede hacer una labor muy interesante para la arquitectura desde el punto de vista de la exploración, trabajando directamente con las comunidades, ayudándoles a organizar sus temas, ayudándoles a financiar y realizar proyectos que muchas veces no requieren grandes recursos económicos pero sí ganas. Creo que la gente tiene ganas de vivir en mejores lugares, de mejorar sus barrios, de darles a sus hijos un lugar limpio, más seguro. Falta una voluntad fuerte de los arquitectos, de los colegios, de las universidades, de los municipios, de juntar a la gente y ponerse a trabajar.

En Córdoba se hizo un plan de erradicación de villas que se denominó barrios ciudades. No tardaron en aparecer problemas de transporte y de adaptación ¿Cómo debe hacerse el abordaje de este tema?

En Latinoamérica en general tenemos muy poca experiencia en participación ciudadana. Tengo la impresión de que esto  ha surgido en los últimos 20 años. La participación es fundamental para que un proyecto tenga éxito.  Se miraba a la gente de menos recursos como alguien que simplemente tenía que recibir lo que se le entregaba como un regalo. Y no se trata de regalo, no es un regalo, es un derecho que, además, tiene deberes en el medio. Y uno de los deberes es participar de las decisiones con respecto a tu propia vida. Y esa participación tiene que llegar a todo nivel: desde la organización propia de los vecinos hasta incluso la participación en la toma de decisiones de los proyectos, del emplazamiento y hasta del color de la vivienda y el espacio público. El problema grave es el desprestigio de la política y la política en esto es muy importante. Porque los vecinos cuando se juntan lo que hacen es política. No se trata de partidos si no de la política que es capaz de conjugar una serie de intereses para el bien común. Y a mí me parece que hay que seguir algunas muy buenas experiencias latinoamericanas, hay en Argentina, en Chile, en Brasil, que han dado muy buenos resultados. Y creo que hay que seguir profundizando.

Hay un choque entre desarrollismo y ecologismo. ¿No se puede buscar un punto medio?

Es un problema muy fuerte en Latinoamérica pero es global. En nuestro continente es muy fuerte porque no tenemos la regulación que existe en los países desarrollados. Esto genera ámbitos muy fuertes de especulación que se ven en Chile especialmente. Y muchas veces eso se confronta a problemas ambientales graves y muchas veces sociales. Resulta que la gente con menos recursos económicos y sociales termina viviendo en los peores sociales y la gente que tiene mayores recursos, los grupos inmobiliarios, muchas veces ocupan espacios naturales importantes. Se dan una serie de situaciones muy complejas pero no tiene tanto que ver con la corrupción propiamente dicha, sino más bien con la falta de regulación que también puede ser una forma de corrupción. Hacer la vista gorda porque no existe la ley y nunca sacar la ley también es una forma de corrupción. Ahora, no todo tiene que ser ley. Es importante que la gente se dé cuenta que si de verdad está convencida de que algo no hay que hacerlo, tiene que salir a la calle, tiene que participar de su opinión, tiene que demostrar que es lo que entiende como barrio, como ciudad, como comunidad. Porque es imposible regularlo todo a través de una ley. Confío mucho en la capacidad social de los grupos. Y en la medida de que se fortalezca ello es más fácil que no ocurran cosas inesperadas.