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El encuentro con M. se adelantó unas horas. “A las 17 tengo que buscar a mi hija en el jardín”, me dijo. “Puede ser antes o después, más tarde”, escribió en el mensaje.

M. tiene 26 años, una hija de 5 y una pequeña de 8 meses que no se baja de sus brazos. Desde hace tres semanas, junto a su pareja, B., se mudaron con las dos nenas a vivir a una carpa que ubicaron en un lote en Colinas. Al lote se lo vendieron por 15 mil pesos, pagados con los ahorros que juntó M., después de trabajar unos meses en la temporada de verano como ayudante de cocina en un bar.

Recibí la ubicación del lote en mi Whatsapp y me subí al auto rumbeando hacia el lugar del encuentro. Me perdí un buen rato en las calles de tierra de Colinas hasta que volví sobre mis pasos y terminé en una calle sin salida en la que tres pibitos que no llegan a los 10 años pateaban una pelota de fútbol. Sin querer, estacioné sobre el arco que habían dibujado con un par de ladrillos y apenas me bajé escuché la voz chillona del más alto: “Señor, puede correr el auto así seguimos jugando”.

Mientras esperaba que M. me respondiera, me contaron que estaban jugando un campeonato entre continentes. Uno era Neymar Jr., el otro Messi y el tercero Cristiano Ronaldo. “Mi hermano que está en la casa es Piqué”, me anotició el más charlatán de los tres. Llevaba puesta una campera roja con inscripciones en blanco en la espalda con el nombre de una escuelita de fútbol. “¿Vas a una escuelita de fútbol?”, le pregunté. “Sí, pero estamos esperando que abra de nuevo”, me contestó mientras probaba la zurda con un sablazo hacia el arquero.

“!Qué atajadón!”, gritó su amigo cuando alcanzó a meter las dos manos para sacar la pelota de un ángulo que imaginamos los tres pibes y yo.

M. me envió un mensaje pidiéndome para que vaya subiendo la cuesta. Los autos llegan hasta donde dejé el mío, después todo es a pie. Y la subida es hacia una montañita que hace honor al nombre del barrio. Empecé a subir hasta que en una esquina vi a una mujer joven que me hacía señas desde un lugar más alto todavía. Y seguí. Caminamos entre viviendas a medio construir hasta que después de una pronunciada bajada nos encontramos con lo que desde hace tres semanas es su casa.

Una carpa protegida desde hace unos días por un techo improvisado con lo que fue una pileta de lona. Y un pequeño obrador de chapa que hace de cocina. Eso es todo. Allí viven M., B. y sus pequeñas soportando el frío inclemente de las zonas altas de la ciudad. Desde ese alto se ve la otra ciudad, la que muestra orgullosa sus marquesinas y las luces de las pantallas gigantes con propagandas de productos de consumo masivo. El contraste es duro, crudo, y duele como duele el frío del invierno en la piel y en los huesos.

M. me dijo que no quería exponer a su familia a la mirada de la sociedad. Y charlamos sobre sus vivencias en los últimos meses y, sobre todo, en las semanas que lleva viviendo en la carpa.

Me contó que con el trabajo que tenía en el bar podía costear un alquiler en el centro. Pero cuando se quedó sin esa fuente de ingresos tuvo que mudarse a la casa de su madre, en Colinas, a unas cuadras de donde está la carpa.

Con su pareja, consiguieron el terreno y decidieron mudarse con la carpa que consiguieron prestada. En la casa eran muchos y, por otro lado, había que cuidar el lote.

M. recuerda que el año pasado estuvo en otro sitio junto a B., cuando estaba embarazada de su hija menor. Y dice que una noche tuvieron que irse porque los corrieron a los tiros.

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Los espacios verdes del Estado municipal han ido cediendo terreno a la necesidad de la gente sin techo y desde lo alto de la colina en que vive esta familia pueden divisarse construcciones precarias en pleno auge de expansión, armados con lonas o mediasombras para evitar que ingresen otros moradores, tan necesitados de un espacio para vivir como los que se ubicaron primero.

M. me cuenta que el León Cuartetero, un conocido cantante de Carlos Paz, le consiguió la lona de la pileta con la que cubrió la carpa que hasta hace unos días se congelaba con la helada. Con eso –me dice-, zafan un poco.

B. trabaja como peón de albañil durante el día, casi todos los días de la semana. M. quiere volver a conseguir un empleo que le permita avanzar en la casita que quieren construirse en el lote. Ya trazaron los cimientos y consiguieron algunos hierros y todo lo que les entra de dinero va para la compra de materiales y bolsas de cemento.

La joven insiste en su necesidad de trabajar para salir adelante y también sabe que sus hijas necesitan un lugar mejor para vivir. La ayuda es necesaria y bienvenida en la lomita en que se asentaron para tener su techo propio.

 

¿Qué necesitan?

Colchas, leche en polvo, ropa de niños.

Materiales de la construcción.

Víveres.

Contacto: Whatsapp +54 9 3541 64-4883

Llamadas: 3541614040