Por Marcelo Taborda para Redacción Mayo.

El país más grande, poblado e influyente de Latinoamérica ante una decisión clave para su futuro inmediato y el de la región: la continuidad de Jair Bolsonaro o el regreso de Luiz Inácio Lula da Silva al Palacio del Planalto. La democracia y su ejercicio pleno en el gigante, en juego.

Para muchos, quizá la mayoría de las y los brasileños consultados, fue la campaña más larga, la menos propositiva, la más tensionante y polarizada de la historia.

Y es que para no pocos habitantes del país más extenso, más poblado y más influyente de Latinoamérica, en el balotaje de este 30 de octubre lo que se puso en juego no fue solo el más alto cargo ejecutivo del Palacio del Planalto, sino la propia democracia.

Los perfiles opuestos del actual presidente ultraderechista, Jair Messias Bolsonaro, y el exgobernante y líder del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, auguraban una singular batalla electoral desde hace meses. Una puja que se preanunciaba desde el mismo día en que el Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil anuló las condenas que pesaban sobre el ex tornero mecánico y líder sindical y le restituyó los derechos políticos que el ex juez y ahora flamante senador Sérgio Moro le había quitado en 2018, apartándolo entonces de la pelea contra su rival de este domingo.

En un contexto agresivo, agitado por la catarata de fake news que inundan las redes sociales y es marca registrada en el estilo de campaña de quienes asesoran a Bolsonaro, las posiciones se fueron radicalizando cada vez más en estas últimas cuatro semanas.

Sin nocaut

Pasaron 28 días de aquel primer round del 2 de octubre, en el que Lula no pudo imponerse por nocaut pero terminó 5,23 puntos por encima de su contendiente; 48,43 contra 43,20%, o poco más de seis millones de votos, fue la diferencia a favor del ex mandatario pernambucano. Pero los más de 57,2 millones de sufragios obtenidos no le alcanzaron a quien este jueves cumplió 77 años de edad para ganar en primera vuelta, algo que por cierto tampoco había conseguido en su triunfo de 2002, que lo llevó a la presidencia, ni en el de 2006, que selló su reelección.

El actual jefe de Estado sorprendió con su caudal de apoyos en el primer turno, cuando todos los sondeos previos no le asignaban más de 35 o 36 por ciento de intención de voto. Por eso ahora no cesó de cargar contra las principales encuestadoras, que en los días previos al round decisivo le auguran una nueva derrota por entre cuatro y siete puntos frente al histórico abanderado de una izquierda pragmática en Brasil y el continente.

Es más, Bolsonaro agitó en las horas previas al último debate pactado en la red Globo, la idea de un “tercer turno” si los resultados del domingo a la noche no le concedieran la continuidad en el poder. Para este país de algo más de 215 millones de habitantes, de los que 156 millones han sido habilitados para votar, un “tercer turno” significa que quien pierde en segunda vuelta se niega a acatar de modo pacífico el veredicto de las urnas y apela a diferentes estrategias para minar el camino de quien es proclamado vencedor.

Mal precedente

Tercer turno fue lo que en su momento prometió Aécio Neves, el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (el PSDB de Hernando Henrique Cardoso), fue derrotado por estrecho margen en el balotaje de 2014 por Dilma Rousseff.

El segundo mandato de Dilma acabaría menos de dos años después, a raíz de un bochornoso impeachment en el que un hasta entonces gris parlamentario y ex capitán del ejército saltaría a la palestra nacional e internacional reivindicando dictadores, ofendiendo mujeres y minorías y presentándose como un supuesto outsider que no era tal para capitalizar el descontento y la antipolítica potenciados por la Operación Lava Jato.

El oro y el Moro

El otrora arquetípico magistrado de la “anticorrupción”, Sérgio Moro, presentado entonces urbi et orbi como el modelo impoluto a imitar por los jueces de esta parte del planeta, hoy asesora al actual gobernante. Y todo ello pese a que él mismo denunció el escaso o nulo apego del gobierno de Bolsonaro a la transparencia y las instituciones el día que renunció a su cargo de ministro de Justicia y Seguridad por el que colgó la toga hace casi cuatro años. Una alianza (Bolsonaro-Moro) reeditada en el primer debate de cara al balotaje y que es prueba tangible del Lawfare o guerra judicial y mediática en contra del PT y Lula que la oposición brasileña denunció hace mucho tiempo. Frustrada y sin avales por ahora su carrera de “presidenciable”, Moro buscará además protagonismo desde una banca obtenida el 2 de octubre en el Senado.

Quizá tenga un papel reservado en el protagonismo que la derecha y ultraderecha que hasta hoy gobiernan Brasil quieren dar al Congreso en ese “tercer turno”. Las tres “B” alusivas a Biblia, Bala y Buey, que representan al apoyo de los evangélicos de las poderosas y mediáticas iglesias neopentecostales, los sectores uniformados en actividad y reserva y el de los agronegocios recostados en el llamado “Centrâo”, han sido la base de poder con la que Bolsonaro apostó a su continuidad.

Frente amplio

Del otro lado, un amplio frente de fuerzas se ha embanderado detrás de la candidatura y el carisma de Lula, el político más relevante y emblemático de Brasil de los últimos 50 años.

Su fórmula, integrada por el ex gobernador paulista Geraldo Alckmin (el rival al que derrotó en el balotaje de 2006) como candidato a vice, buscó de entrada configurar un frente político amplio, al que luego del primer turno sumaron su respaldo dirigentes, partidos y figuras nacionales que en su momento estuvieron en las antípodas del ahora veterano líder pernambucano.

Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño (tercera en la primera vuelta) se sumó a los masivos actos y recorridas del líder del PT por el país, junto a la ex ministra de Ambiente Marina Silva. También lo hicieron sin subirse a la tribuna pero con contundentes mensajes de apoyo otras voces notables, como la del ex presidente Cardoso. La idea central y coincidente en todos ellos ha sido la de que el votar por Lula es hacerlo por la democracia, recuperada en Brasil en 1985, y puesta en tela de juicio en estos últimos cuatro años por el discurso y las acciones de quien ocupó los despachos más altos del poder.

Todos pendientes

Como cada vez que Brasil vota, el mundo mira expectante. Para el continente, es la elección de su país más influyente y esta vez el impacto del resultado será amplificado por tanta tensión acumulada y polarizaciones que se replican y atraviesan fronteras.

Bolsonaro apostó a ser el primer gobernante de su país en revertir en balotaje una derrota en el primer turno. Cargó contra encuestadores y algunos poderosos medios que en su momento agigantaron su figura y hoy parecen arrepentidos. Utilizó todos los recursos del Estado y multiplicó promesas y fondos para tratar de ganar apoyos entre los más necesitados en este octubre más que agitado.

Lula confió en que tras la sexta elección en la que es candidato y la novena en la que su figura es referencia política ineludible, luego de dejar el Planalto con 80 por ciento de apoyo en enero de 2011 y de pasar 580 días preso y ser proscripto en 2018, ha llegado el tiempo de su regreso para devolver la esperanza y una mejor calidad de vida a quienes en sus dos mandatos ayudó a salir de la pobreza.

Este último domingo de octubre de 2022 dará el veredicto de una pelea que muchos hubieran preferido ver cuatro atrás. En medio, pasó una pandemia que en Brasil hizo estragos y dejó 700 mil muertos, se limaron derechos sociales y la vida se hizo más cara y difícil, pese a algunos números positivos de la macroeconomía, que no disimulan los daños colaterales al bolsillo causados por la guerra en Ucrania.

Está claro que los resultados habrán de poner fin a una disputa cerrada y marcarán un antes y un después en este país continente. Aunque muchos analistas que centran su mirada en la evolución de la tolerancia y los valores democráticos en las sociedades de este siglo 21 advierten que la batalla recién empieza.