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Horacio Burgos: La música es un acto de amor

Horacio Burgos, para quien componer es salir de sí y pensar en los otros, es un eximio guitarrista, docente, lector compulsivo y cultor de la filosofía Wabi-sabi.

Separados en nuestras geografías serranas acordamos encontrarnos en Córdoba, entre las 13 y 14, para realizar la entrevista. El lugar lo determinaríamos en el momento y el punto de reunión fue, casualmente, Rubén Libros, espacio que lo toma por sorpresa porque como lector voraz, ha vivido dentro de librerías durante décadas en Buenos Aires.

Sorprendido dice al saludarnos esto es “Wabi-sabi”, y se sintió cómodo. Buen inicio para un diálogo con un entrevistado difícil, escudriñador y una trayectoria artística que lo coloca en el podio.

Burgos vive desde hace cuatro años en Huerta Grande, en “El Arca”, casa que construyó y es hoy refugio elegido entre sus giras por el mundo y soledad buscada.

Haciendo alusión a corrientes psicoanalíticas y sonriendo ante la interpretación que darían a sus palabras describe que El Arca tiene la forma del vientre materno y es el lugar donde mejor se siente. Nunca extranjero, como le ocurre cada vez que sale de Argentina. “Si bien viajo mucho, en Argentina me siento como en mi casa. Antes de salir me siento como extranjero y me pongo en estado de alerta. La lengua madre te protege y te anestesia. Por eso la soledad y la extranjería me conectan en estado de alerta”-

– ¿El silencio cambió tu cultura citadina?

– Escuchar el silencio es casi un oxímoron, porque el silencio no se escucha. Por otro lado, sí sé que el silencio no es la ausencia de sonido, es otra entidad. Ya comprender que la oscuridad no es ausencia de luz me da escalofrío. No sé lo que es la oscuridad ni el silencio.

– ¿Cómo es componer y tocar en soledad?

-Es una tarea que no te viene sola. Es como pensar que, si te acostas con una guitarra por varias noches, a la noche número 15, vas a seguir tocando “La Humilde”. Es una tarea estar con el instrumento. Creo que la soledad si bien no se construye, viene de un proceso de deconstrucción, que es como sacarse cosas para estar solo con uno, antes podría haber sido una teoría o un coqueteo intelectual, pero hoy es mi realidad. Como músico, tocar por tocar es lo que más me gusta, después tocar para preparar una clase es más específico y sentarme a componer es más específico todavía, porque la idea romántica que la inspiración llega, no es así. Componer como ejercicio. Y lo relaciono con el amor, porque uno no tiene las cosas separadas, se tiene que predisponer a amar. Como cuando uno toca parece que está todo dado, pero componer es otro estado. En Europa a los pentagramas le llaman pautas – me gustan mucho las palabras y su uso- todo eso que está saliendo cuando toco y toco, en algún momento, tengo que ponerlo en algún orden para que el otro lo entienda y ejecute. El compositor que escribe para que los músicos lo entiendan está dando un acto de amor y ahí ya no pienso en mí sino en los otros. Salgo de mi y pienso
en los otros. Esto me pasó con “El Arca” también cuando fui a la casa para vivir y tocar solo. Después sentí que está bueno compartir y necesité poner un orden para un concierto y eso es pensar en el otro. Es un acto de amor.

– ¿Sientes que tu vida es un laberinto?

-Mi vida es un laberinto, pero tengo un nuevo dilema. Siento que cuando
salga del laberinto voy a estar en un desierto. Las contradicciones me pesan y a veces me gustan, todo es una construcción y es donde estoy ahora que es la industria cultural. Construyo lo que quiero vivir y la libertad pasaría por ahí. Estoy tratando de construir mi propio mundo, que hace rato que lo tengo construido y acercársele al otro. Y no vendérselo. No hay imposición de producto y te invito Al Arca a vivir un Wabi-sabi, proyecto que estamos armando con mi hermano y me enamora. Con Juan Falú se generó así. Quería comer, conversar, tomar un vino y terminamos tocando juntos, a la deriva y se sumó gente Al Arca y fue un Wuabi-sabi maravilloso. No podíamos cree lo que se generó. El poder estar y acercarnos en armonía. Hoy, estoy en ese punto.

-¿Cuánto peso tiene tu pasado hoy?

– Creí que estaba bien y cuando vi por cuarta vez el Amor después del amor porque son los 80, estaba recordando mi pasado y tiene peso. Prefiero estar en el momento en que pasan las cosas. En casa no hay fotos porque hice una quema ritual en un momento en que estaba haciendo una limpieza y hoy creo que esta quema no haya sido un ritual sino desprenderme caprichosamente de lo que no puedo desprenderme. Hoy siento que el pasado no está en quemar las fotos sino verlas con ternura y no estar enojado con la foto porque el pasado me condena. Y también hablar siempre de mi abuelo, porque fue el primer referente artístico que tuve y que en la soledad de un cuarto tocaba y que no quería exhibirse. Lo hacía hasta ritualmente y en esos momentos tomo contacto con alguien que no quiere exhibirse, que toca sólo para él.

– ¿En qué estado como músico estás hoy? Le falta alguna pieza al
rompecabezas…

– En realidad estoy buscando tocar menos porque menos, es más. Elijo en este momento sacar lo que sobra y hablando de sacar, necesito sacar al juez, no al músico. Cuando escucho a otros, si me llega, es el estado de ingenuidad. Cuando parece el juez es distinto. La ingenuidad está siempre. Recupero algo que está en mi casa. La pieza del rompecabezas está en mí, la ingenuidad, y no necesito la foto para recuperarla. En algún lugar mío está el Horacio niño, que está antes de la caída y del viejo Adán. Eso ocurre cuando me dejo en paz y sacar juez hinchapelotas y dejarme llevar. Necesito sacar el sonido y volver a los adjetivos de la calidez, desenchufados no solamente de cable sino poder hablar con los que podemos hablar después del concierto. La zona de desenchufado no aplica solo al cable sino abrir las casas para volver a reunirnos en comunidad y el encuentro con el otro.
Eso lo empecé a hacer en Europa, donde se comparte la música, la comida y
la vida.

Wabi-sabi en El Arca experiencia única el 10 de junio

Horacio Burgos está expectante de una vivencia que realizarán junto a su hermano y Guillio Gagliardi quienes preparan una jornada en El Arca, de arte y práctica de Qi Gong, Sumi-e y música. Contaba Horacio que hace dos semanas, estando en la Casa de África en Cuba, donde fue invitado a realizar varios conciertos, llegaban mensajes sobre la organización de este encuentro, mientras pensaba ¿Qué música le pongo? Y la respuesta salió allí, en medio de la percusión y los ritmos caribeños.

“Nuestra idea son los principios del devenir: encuentro entre tres sesiones de medicina china y movimientos que operan en la energía con Guillio Gagliardi. Mi hermano hará una preparación de la tinta china en papel de arroz, el gesto, la actitud frente a lo que será una obra determinada. El cómo me preparo. Y yo intentaré hacerlo desde la música. Todo un día de trabajo, que traerá emociones y vivencia. Con un final… que no se puede contar”.