GRAND RAPIDS, MI - DECEMBER 9: President-elect Donald Trump looks on during a rally at the DeltaPlex Arena, December 9, 2016 in Grand Rapids, Michigan. President-elect Donald Trump is continuing his victory tour across the country. (Photo by Drew Angerer/Getty Images)

Sorprende a pocos que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, modifique ideas, posiciones y principios aunque los mismos hayan sido expuestos con vehemencia durante la campaña electoral. Pero el ataque con 59 misiles perpetrado anoche contra una base siria marca, como un sangriento mojón, un cambio de rumbo que puede repercutir en la guerra del devastado país árabe.

El Trump candidato apuntaba y disparaba contra el entonces inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, criticándolo por haberse involucrado en la guerra siria pese a que en septiembre de 2013 había cancelado a última hora una campaña de bombardeos contra posiciones del gobierno sirio por el supuesto uso de armas químicas contra civiles. En aquel entonces, el presidente demócrata llegó a un acuerdo con Rusia para que el gobierno sirio entregara su arsenal químico, acosado por el temor de que los ataques finalmente no eliminaran las armas químicas y la posibilidad de que su par sirio, Bashar al Assad, saliera “fortalecido”.

Pero esa política exterior de Obama, que se basó en la prudencia militar, la diplomacia y sobre todo el pragmatismo, trocó en el aumento del gasto en Defensa anunciado por Trump para implementar una política aislacionista en donde su principal bandera es “Estados Unidos primero”.

No obstante, este cambio de posición tiene aristas que cuesta comprender: en primer lugar lo vertiginoso, ya que se produjo en pocas horas y según dejaron trascender fuentes de la Casa Blanca, como consecuencia de la impresión que causaron en Trump las fotografías de chicos muertos tras el supuesto ataque con armas químicas de esta semana en Khan Shaykhun, en la norteña provincia siria de Idlib.

“Es una afrenta para la humanidad, se cruzaron muchas líneas”, había dicho Trump en un aparte de su reunión bilateral con el presidente de China, Xi Jinping.

Inmediatamente, pese a la negativa del gobierno sirio, Trump acusó del ataque en Khan Shaykhun a su par Al Assad, y junto a su canciller, Rex Tillerson, calificó el bombardeo como “un asunto grave” y advirtió lo que finalmente concretó anoche: que evaluaba una acción militar directa porque se requería de una “respuesta severa”.

No bastó que el gobierno sirio reiterara que ellos no utilizaron armas químicas de ningún tipo. “Nuestro Ejército no usó y no usará armas químicas ni contra civiles ni contra terroristas”, remarcó el canciller sirio, Walid al Mualem, quien explicó que se trató de un ataque aéreo y que el gas sarín escapó de los depósitos que “los extremistas ocultaban en el lugar”. Pero esta jugada de Trump puede modificar el tablero político-militar en Siria, ya que de persistir los ataques contra el gobierno de Al Assad, Estados Unidos se vería forzado a enfrentarse a Rusia, principal aliado sirio y hasta no hace muchos meses sindicado como elemento fundamental en el affaire de los ataques informáticos que colaboraron a que el republicano llegara a la Casa Blanca.

Así, de persistir en una política de ataques como el de anoche, Estados Unidos debería enfrentarse a un importante número de efectivos de fuerzas especiales rusas distribuidos en buena parte del territorio sirio, así como a casi 9.000 efectivos y combatientes iraníes y libaneses, muchos de ellos del movimiento chiita y libanés Hezbollah, que apoyan al presidente Al Assad.

El gobierno sirio amenazó hoy con devolver el ataque militar, pero Rusia, a través de su canciller Serguei Lavrov, si bien comparó la acción de Trump con la invasión a Irak, movió las fichas hacia la diplomacia exigiendo una reunión urgente del Consejo de Seguridad de la ONU.

Es que a nadie conviene una escalada de enfrentamientos de ese tipo, pese a que ambos bandos están seriamente comprometidos en la guerra siria: Estados Unidos, liderando una coalición internacional de naciones europeas y del Golfo Pérsico que, supuestamente, ataca posiciones del grupo Estado Islámico (EI) y brindan asesoramiento a tropas especiales en el terreno.

Y Rusia, que en defensa de su poderosa base naval emplazada en Tartús, desplegó en territorio sirio una impresionante cantidad de efectivos que combaten codo a codo con las fuerzas de Al Assad.

El hecho, en definitiva, es serio porque se trata de la primera vez que Trump aprieta el “botón rojo” para intervenir en forma directa en una guerra que ingresó en su séptimo año, por lo que seguramente modificará buena parte del escenario, sobre todo enfriando las relaciones entre ambas potencias.

Pero a nadie conviene una confrontación directa de Rusia contra las fuerzas de Estados Unidos y mucho menos del Ejército sirio, carente de capacidad militar, frente al poderío estadounidense. La guerra, entonces, tendrá como máximo exponente una condena rusa ante la ONU.

Y en la práctica, la suspensión por parte de Rusia del acuerdo firmado con Washington para evitar incidentes entre aviones propios en la región. No mucho más, aunque alcance para elevar la tensión en un escenario donde son muchos los intereses en juego.

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