Una profesora de Lengua y Literatura me invitó a dar una charla sobre la importancia de la lectura en la educación y la vida. El lugar fue, por segundo año consecutivo, el Instituto Bernardo D´Elía, con alumnos de 5 año de distintas especialidades. Me tocó hablar ante pibes que siguen Naturales, Comunicación y Sociales. Confieso que, como el año anterior, me puso algo nervioso el hecho de pararme ante pibes de esta generación (de la misma edad aproximada de mis hijos) y sabía de antemano algunas de las cosas con las que me iba encontrar.

Pero, el periodista que hay en mí le ganó al escritor amateur y de tiempos libres y por eso quise saber algo más de estos chicos, nuestros chicos.

La idea que se me ocurrió no fue algo muy original y me llevó a mis tiempos del secundario: los hice separar en grupo y les entregué una hojita con preguntas que referían a qué tipo de medios de comunicación consumían para informarse y qué tipo de lectura los atrapa.

No me esperaba ver que entre los textos más leídos estaba La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares, uno de mis escritores preferidos y un libro que, de alguna manera, se adelantó a la virtualidad que hoy vivimos.

Sí entendí que muchas veces los adultos hablamos por hablar, opinamos sin saber sobre lo que pasa por la cabeza de los chicos. Luego, la lista de libros se hizo interminable.

Las hojas que me devolvieron, en este sondeo de universo menor pero que sirve como un indicador interesante, muestran que los chicos leen. Y quizás leen más de lo que nosotros leíamos a su edad. Sucede que lo hacen desde otros dispositivos muy distintos a los nuestros en el soporte pero iguales o quizás más variados e interesantes a la vez, en su contenido.

Los chicos me hablaron sobre la manera de actuar ante los noticias falsas que circulan en Internet. “Si no tienen fuentes, si no están en los diarios o medios más reconocidos, es muy probable que sean noticias falsas”, me dijo una chica desde el anfiteatro del Torreón.

Escuchar, comprender, aprender

El encuentro me llevó a la reflexión a la que cada tanto me transportan mis hijos: primero hay que escuchar para poder tener una conciencia clara y una buena interpretación de lo que nos transmiten. ¿Hacemos eso a menudo o nos dejamos llevar por la primera información que tenemos para opinar sobre los hechos cotidianos que se nos ofrecen a la carta a través de múltiples plataformas? Difícil responder ante tanta opinión vertida sobre hechos o situaciones complejas llevadas a la nimiedad por los programas de la tarde en la TV.

Lo cierto es que los chicos casi no leen en papel, prácticamente no ven televisión ni escuchan la radio. Se enteran de todo a través de sus teléfonos y,  también cada vez menos, de sus computadoras. No es que haya hecho un gran descubrimiento, el encuentro me sirvió para entender que si bien los soportes pueden cambiar, la llegada de los chicos a la información y al saber está más a su alcance que en épocas pasadas. Quizás haya que saber guiarlos mejor pero, para eso, hay que alcanzarlos en esa revolución cultural en la que ellos navegan hace rato.