Hace varias décadas, allá por los cincuenta y sesenta del siglo pasado, al igual que muchos argentinos, cometí un error conductual que aún hoy pesa en mi conciencia.

El país tenía la mayor parte de los habitantes divididos en dos sectores  furiosamente enfrentados. Las razones de esa profunda “grieta” estaban originadas fundamentalmente en cuestiones personales y grupales. El apetito del poder y el tener era el motor que alimentaba esas fuerzas ciegas. La mayoría actuábamos siguiendo una dirigencia no vidente y obstinada, Quien sigue al ciego y obstinado con frecuencia se vuelve alucinado y testarudo.

Muchos historiadores y algunos testigos viejos que todavía compartimos este mundo, relatan la existencia de cuestiones ideológicas que conducían a esa tremenda asesina división. Lo habrá sido en algunos casos pero me atrevo a asegurar que la gran mayoría nos enfrentábamos porque uno estaba de un lado y el otro en el lado opuesto. No estaba en discusión si el contrario era liberal, socialista, populista, republicano o no. Sí es acertado decir que un grupo estaba esencialmente integrado por sectores socioeconómicos postergados y el otro por los grupos de mejores situaciones económicas. Pero la dirigencia tanto civil como militar, en un altísimo porcentaje, sólo analizaba sus intereses personales. Hubo excepciones, es cierto, pero casi siempre en los planos secundarios del poder.

Fui testigo de esos años con una modesta participación política y gremial. A la luz de las siguientes décadas, puedo asegurarles que muchos de los enfrentados por entonces, tuvieron y tienen un gran caudal de coincidencias políticas. No éramos adversarios racionales, sino simplemente enemigos circunstanciales.

Pero lo cierto es que todos, con mayor o menor responsabilidad fuimos artífices de absurdas divisiones que condujeron a la patria por caminos divergentes de idas y vueltas que sólo lograron atascar las posibilidades de progreso. Los gobernantes debutantes destruían lo bueno y lo malo ejecutado por sus predecesores.

No escribo esto como simple relato. Quiero usar mi humilde pero larga experiencia, para alertar a los jóvenes sobre los posibles peligros que acechan el futuro, porque me temo que estemos viviendo momentos similares. No culpo al actual ni al anterior gobierno. La “grieta” social y política se manifiesta con matices diferentes pero con igual o mayor profundidad. Ambos sectores actúan por reacción y la difusión del enfrentamiento se multiplica geométricamente, mucho más que antes, porque los medios de comunicación invadieron indiscriminadamente la civilización actual.

No puedo negar mi tendencia y simpatía hacia las políticas socialistas, que a mi criterio encierran una posibilidad hasta ahora no evidenciada. No escribo desde esa posición, quiero ser imparcial. La juventud tiene la palabra. Si siguen el ejemplo de sus antecesores el problema continuará sin solución. Atemperar el egoísmo que nos impregna, ver en el otro la integración con el “yo”, y bregar por la mayor igualdad posible que respete la libertad. El mal no existe, lo proyectamos nosotros. El odio que en el fondo es sólo miedo, debe ser vencido por lo único que tiene verdadera realidad: el amor irradiado desde nosotros a toda la naturaleza, y dentro de ella, en primer lugar a nuestros congéneres. Fácil decirlo, difícil realizarlo. Chicos, traten de hacerlo