En la zona de Barikin Ladi, en la región de la planicie central de Nigeria, cuando escuchan el sonido de una moto, todos salen corriendo para protegerse. En las últimas semanas, sicarios de la etnia de los Fulani, salen de golpe de la zona selvática en grupos de unos 20 o 30 motociclistas y se lanzan a asesinar a los campesinos que encuentren. Los ataques se intensificaron aprovechando la distracción de muchos por los partidos del Mundial en que Nigeria juega la primera ronda con Islandia, Croacia y Argentina. En el último fin de semana dejaron 89 muertos.

Esta guerra no declarada que sacude a los nigerianos está protagonizada por los musulmanes nómades criadores de ganado que se enfrentan a los cristianos agricultores. La desató el cambio climático aunque ya derivó en una guerra religiosa. Y ambos bandos están siendo armados por mercenarios de la guerra libia. Una confrontación que en los últimos días puso en un segundo plano la violencia que ejerce desde hace años el grupo extremista islámico Boko Haram, asociado al ISIS. “La nación está más dividida que nunca a lo largo de la línea étnico-religiosa”, dijo Emmanuel Onwukibo, uno de los intelectuales más influyentes de Nigeria, al diario Daily Telegraph de Londres.

En vastos sectores del continente africano la confrontación entre ganaderos y agricultores es casi tan antigua como la historia humana. Pero a través de la franja que se extiende a lo largo de la zona desértica del norte se está produciendo ahora un derramamiento de sangre más extendido que en cualquier otro momento de la historia. Las luchas se han cobrado miles de vidas en Sudán del Sur y en la República Centroafricana, empeorando las crisis humanitarias en dos estados devastados por la guerra civil. Las milicias creadas por pastores de ganado del norte de Kenia produjeron matanzas de granjeros blancos y negros. Pero en ninguna parte las consecuencias son más peligrosas que en Nigeria, el país más rico, poblado y posiblemente el más importante de África. Cientos de miles han huido de sus hogares. Granjas y pueblos fueron abandonados. El fantasma del hambre, el colapso económico y la propagación de enfermedades en los campamentos de los desplazados amenaza al menos a la mitad del país.

El cambio climático, origen del conflicto

Los agresores son los pastores de ganado semi-nómadas de la etnia de los Fulani compuesta por unos veinte millones de personas repartidos entre varios países del oeste y el centro de África. Los fulani nigerianos, que en su mayoría son musulmanes, tradicionalmente pastoreaban su ganado en el norte del país, alejados de las tierras de los cristianos de la zona central. Pero el cambio climático hizo que el agua y el pasto prácticamente desapareciera de los lugares por donde se trasladaban desde hace siglos. En los estados del norte nigeriano, hasta el 75 por ciento de los pastizales fueron tragados por el desierto. Las sequías cada vez más frecuentes, la desaparición de las fuentes de agua y los ataques de Boko Haram se combinaron para conducir a los fulani y sus rebaños a las fértiles tierras agrícolas centrales de Nigeria, el llamado cinturón verde del país, donde la mayoría de la población es cristiana.