El periodismo de Punilla, de luto por muerte de José Hernández

Llevaba el nombre del escritor gaucho más célebre del país y a pesar de eso su fuerte personalidad y su profesionalismo le granjearon el respeto de sus pares y de las comunidades en las que le tocó trabajar como periodista.

Su muerte trágica también se hizo noticia. Fue este miércoles, en La Falda, el lugar que eligió para vivir hace muchos años. Un incendio consumió la habitación del hotel que alquilaba José y si bien intentaron socorrerlo, nada se pudo hacer.

Si hay algo que sus compañeros y colegas destacaban siempre de quien fue durante más de 20 años corresponsal de La Voz del Interior en el centro y norte de Punilla y en el departamento Cruz del Eje, fue su fuerte compromiso con el trabajo.

El Fiat 128 rojo con el que recorrió el departamento, acudió a cubrir incendios y todo tipo de hechos de cualquier índole dentro del trabajo periodístico fue testigo de su trajín hasta no dar más y quedar estacionado para siempre en algún rincón del Valle de Punilla

Los amigos que cosechó en “La Voz” lo llamaban “Pepe Punilla” o, cariñosamente, “el Viejo” y este hombre calvo, de hablar carraspeado y andar sereno, se hacía querer con la misma insistencia con la que proponía los temas para llevar al diario.

En primera persona

Pido permiso para un giro hacia la primera persona para este recuerdo. José se lo merece. Los que veníamos más abajo, los “nuevos” periodistas de hace 25 años, vimos en tipos como José una huella a seguir en la que la constancia, el archivo y la buena memoria se mostraban como elementos que no podían dejarse de lado.

La imperfección es una manera de mostrarse humano y falible, es cierto. Pero la obstinación en la búsqueda de las distintas caras de la verdad en temas duros como los casos judiciales y políticos que le tocó afrontar a José, fue algo constante en su vida. Algo que, a los que lo veíamos desde afuera, nos daba ese empujón para imitarlo.

Me tocó muchas veces trabajar con él. La primera vez hace muchos años cuando recibía sus fax y tenía que transcribirlos. Luego, en la redacción, esperar sus notas sobre elecciones y guarismos que mandaba en noches de desvelo desde La Falda, Cosquín o cualquier otro lugar del departamento donde lo hubiera tomado la madrugada. Nunca se cansaba. Siempre quería estar en donde pudiera estar la nota diferente, la mirada distinta.

La partida de José deja ese sinsabor de entender que quizás los que lo conocimos no supimos aprovechar lo suficiente su amistad y su ejemplo.

Hasta siempre, José.