El temor al fuego es algo que está en nosotros desde que nacemos; es una de las sensaciones que traemos junto con el instinto animal que que compartimos con casi todas las especies del Planeta. Su descubrimiento y dominio por parte el Hombre abrió una era nueva y, como todo en el mundo, fue utilizado para hacer el bien y para el mal.

Los incendios  forestales que quemaron más de 1000 hectáreas de monte serrano en los últimos días y que tuvieron  en vilo a la población cercana amenazando casas, edificios y reduciendo a cenizas un gran sector de la Reserva la Defensa de la Calera, en la semana que pasó, mostraron una vez más el valor de voluntarios anónimos que dejaron sus vidas cotidianas, sus trabajos y sus familias para perseguir otra de sus pasiones, quizás la más fuerte, la de servir.

Más de 200 Bomberos Voluntarios de toda la provincia, de cuarteles de las sierras y del llano, fueron convocados para atacar los frentes de fuego que azotaron nuestra región en los últimos días.

Me tocó entrevistar a muchos de ellos en medio de las guardias de cenizas y de los pequeños descansos que tuvieron y en todos los casos encontré una sonrisa detrás del tizne de sus rostros. Quizás sea un perogrullo hablar de su valor pero a veces hay que repetir para que tantos los conceptos como las vivencias reales de seres que dejan el cuerpo en la lucha contra el fuego sean reconocidos por los que lo miramos por TV.

Son hombres y mujeres comunes que tienen virtudes y errores. En estos días se escucharon también muchas teorías conspirativas sobre el origen del fuego y otras, quizás reales, quizás no, sobre la capacidad operativa de la Provincia en el combate de los incendios forestales. La política siempre está al medio porque somos hombres y mujeres y, como tales, y por más que nos digamos apolíticos, siempre lo somos, hasta en el letargo del sillón de casa. Y los Bomberos no están fuera de eso, por cierto.

Sin embargo, hay un ejército de voluntarios que no mide todo con la medida del poder de turno o de aquel que quiere serlo. Los miembros de esa fuerza comunitaria reciben la señal de alarma, se calzan el traje amarillo y su casco, y salen al monte a enfrentarse a llamas que devoran todo a su paso. Estudian, se capacitan permanentemente y dan todo sin cobrar un centavo.  Para ellos, no hay homenaje que alcance.

Foto: Santiago Berioli, La Voz del Interior.